La atmósfera de las calles de mi barrio se parece a la que respirábamos antes en las salas de los tanatorios. Y en el interior de muchas viviendas ocurre lo mismo: que se habla en voz queda, como si en la habitación de al lado hubiera un cadáver. Tal vez lo haya. No sabemos lo que ocurre en el piso del vecino. Los bomberos están recibiendo numerosas llamadas de personas que no saben nada de su padre o de su madre, que vivían solos.

-No responde al teléfono desde varios días -dicen.

Los bomberos acuden, abren la puerta y encuentran al difunto. De ahí la pesadumbre que se percibe en el ambiente. Muchos pisos de las grandes ciudades están ocupados ahora mismo por los fantasmas de amigos, conocidos o familiares que se han ido por el desaguadero de la muerte. Las secciones de obituarios de la prensa generalista no dejan de crecer. Se acercan ya a las páginas de Sociedad y Cultura. Y a la de Deportes. Los vendedores de esquelas se están forrando, tal vez a su pesar. Y mientras la Parca, con su guadaña reluciente, no para de segar cabezas, los frutos de la primavera amenazan con pudrirse en los árboles por falta de mano de obra.

¡Qué asimetría atroz!

Entretanto, la información sobre el desastre se nos sigue administrando en porciones, en quesitos de sabor cada vez más amargo. ¡Cómo añoramos los días en los que los efectos del virus eran los de una simple gripe! Hubo una época, hace apenas un mes, en la que ni siquiera pensábamos en el confinamiento. Luego, otra en la que duraría solo una semana? Y así, de forma sucesiva, hasta nuestros días. Lo peor es que los quesitos no se agotan. Y con la ingestión de quesitos crece el desconcierto. Parece que nadie sabe nada.

"No podemos negar que ha habido muertes fuera del sistema", decía en una entrevista hace poco Raquel Yotti, directora del Instituto de Salud Calos III. Lleva uno toda la vida intentando no salirse del tiesto y al final fallece fuera de él porque la desestructuración, que es general, señala lo débil de la estructura en la que vivíamos instalados. Todo sea dicho en voz baja y en el tono con el que nos daríamos el pésame.