Si en mitad de un paseo por la calle le ataca a mordiscos un bicho peludo, con orejas de perro, patas de perro y rabo de perro, lo normal es que los sanitarios le atiendan, le cosan las mordidas y le pongan una vacuna contra la rabia. Y que después le tome declaración la policía y ponga en el atestado que sufrió el ataque de un perro. Da igual que haya sido un lobo, un pastor alemán o un husky siberiano.

Para el ministro español de Sanidad, Salvador Illa, no es así. Si se hiciera una encuesta sobre ataques de perros pastores alemanes, su caso no saldría en la estadística. Porque como no pudo identificarlo su descripción es insuficiente. Podría ser un perro, un lobo o una cotorra especialmente grande del García Sanabria.

Y mira por donde, lo mismo ha pasado con el número de muertes por coronavirus en España. Por un lado tenemos las cifras oficiales del Gobierno que afirman que han fallecido 14.000 personas -casi el 10% de los pacientes oficialmente contagiados- pero las funerarias y los juzgados afirman que el número de enterramientos es muchísimo mayor: hasta un 75% más que las cifras oficiales.

El ministro Illa sostiene que el criterio "científico" es que solo se cuentan las muertes en donde el paciente haya dado positivo en las pruebas por la covid-19. Y da exactamente igual que hayan muerto con los síntomas de la enfermedad: dificultades respiratorias, fiebre o tos. O sea, por un lado, no se contabilizan los enfermos fallecidos que no hayan dado positivo en las pruebas y, por el otro, no hay las pruebas necesarias para diagnosticar a los enfermos. Es el círculo perfecto de la estupidez.

A la vista de los indicios que se están revelando, me temo que estamos ante otra enorme chapuza nacional. La ausencia de tests nos ha impedido saber el número real de contagios en el país. Nos ha impedido ser eficientes aislando a quienes de verdad están contagiados. Y nos engaña miserablemente en todas las cifras "oficiales" que son escandalosamente falsas.

Sabemos perfectamente que de acuerdo a la tasa de mortalidad del virus (alrededor de 1,3 por cada cien infectados) los quince mil fallecidos "oficiales" corresponden, como mínimo, a un millón y medio de contagiados "reales". Pero si la auténtica cifra de muertes es mucho mayor -algunos la sitúan entre treinta y cuarenta mil personas- apaga y vámonos.

Cada persona fallecida es una tragedia. Y más para sus seres queridos. Pero el debate sobre las cifras reales de muertes es relevante desde un punto de vista racional. Un país no debe hacerse trampas al solitario, manejando datos inexactos, cuando no trucados; engañándose a sí mismo y a todo al mundo. Es otra chapuza más que viene a sumarse a la ya desastrosa gestión de la crisis sanitaria. Sinceramente, se hace difícil disculparlo.

Desconsuela ver al científico que nos daba consejos para evitar los contagios hablándonos, contagiado y en cuarentena forzosa, desde su domicilio. Es la imagen más gráfica y potente del naufragio oficial.