En mis estudios de economía en la Universidad de La Laguna, entre finales de la década de los 80 y principios de los 90 del pasado siglo, me tocó estudiar estructura económica, guiado por el gran maestro de economistas canarios, José Ángel Rodríguez Martín, siguiendo los manuales de los profesores Enrique Fuentes Quintana y José Luis García Delgado. En cambio, el profesor José Luis Sampedro, autor de un reconocido manual de estructura económica en los años 70, ya jubilado, llegó a mi vida más por su nuevo oficio de escritor que por el de economista, lo que me permitió degustar en esos años alguna de sus maravillosas novelas, como La sonrisa etrusca. No obstante, a lo largo de mis estudios de licenciatura, algún profesor heterodoxo, como el tristemente desaparecido Luis Martínez de Azagra, sí que nos recomendó alguna lectura del viejo profesor Sampedro, entre las que se hallaba El reloj, el gato y Madagascar, a la que se refiere el título de este artículo.

Sampedro escribe El reloj, el gato y Madagascar en el año 1983, con motivo del primer número de la Revista de Estudios Andaluces y se centra en destacar la diferencia de método que han de seguir las ciencias en función de sus objetos de estudio, tomando tres elementos a modo de ejemplo. Así, un reloj es un objeto que puede ser fácilmente desmontable, analizado y luego vuelto a montar de manera que puede continuar con su funcionamiento original. De igual forma, un gato podría ser diseccionado completamente para su análisis, aunque luego sería imposible revertir el proceso para que continuara su vida normal. Finalmente, una sociedad, un colectivo humano, ejemplificado con un país como Madagascar, ni siquiera podría ser desmontado en sus partes constitutivas para su posterior análisis, en la medida que el tejido social constituye un todo inextricable.

Ejemplificaba así Sampedro a los sistemas mecánicos, biológicos y sociales como intrínsecamente diferentes y, por tanto, necesitados también de metodologías distintas para su análisis, denunciando el empeño del enfoque mayoritario de la ciencia económica en aplicar perspectivas mecanicistas, propias de los sistemas mecánicos, al estudio de sistemas sociales como son las economías y las relaciones entre los agentes que las conforman. Alertaba Sampedro de la consecuencia de aplicar lógicas equivocadas a los análisis evolutivos: el reloj no evoluciona, ya que está dotado de un mecanismo repetitivo, mientras que el gato sí evoluciona, aunque de manera plenamente predecible. En cambio, la evolución de la sociedad y la economía, compuesta por personas, no puede ser anticipada, como si se tratara de un mecanismo, en la medida en que los seres humanos somos capaces de transformar las prioridades que perseguimos, las relaciones que establecemos y, en suma, el conjunto de la sociedad en la que vivimos.

Uno de estos días de reclusión, un amigo me recordó, en una conversación telefónica casual, la existencia de este artículo, que para él había resultado esclarecedor en una aproximación inicial a la ciencia económica. Y, miren por dónde, juntos tomamos conciencia de que la idea de ese artículo del admirado y añorado profesor Sampedro, puede estar muy de actualidad.

Es evidente que, para los que estudiamos economía, lo que estamos viviendo con la pandemia del Covid-19 constituye una oportunidad inédita para reflexionar sobre nuestro objeto de estudio. Nunca como ahora se había realizado una parada programada de la economía. Nunca, en tiempos de paz, se había planificado la economía desde lo público, en un sistema económico de economía mixta, como se está haciendo en estas semanas. Ha parado la economía y los agentes económicos, cesando buena parte de las actividades económicas básicas: producción, distribución y consumo. Si me permiten la metáfora, quizás por primera vez, Madagascar se ha desmontado, lo cual plantea la disyuntiva de que, cuando todo pase, hemos de volver a montarlo.

En efecto, tocará volver a poner en marcha la economía y las relaciones económicas: los procesos de producción, las decisiones de consumo e inversión, la actividad laboral, la de distribución etc. Sin embargo, todo ello lo haremos los seres humanos, que como somos algo más que las piezas de un reloj, nos habremos transformado tras haber vivido la crisis de nuestras vidas, como muy acertadamente ha definido el presidente del gobierno de España la situación que estamos viviendo. El hecho de que hayamos cambiado hará imposible que construyamos exactamente el mismo Madagascar: la economía de Canarias, España y el planeta será otra. Será mejor o peor pero, en cualquier caso, diferente.

Sin embargo, soy de la opinión de que no va a pasar nada que no fuera a ocurrir de no haber sobrevenido esta pandemia, pero sí creo que las dinámicas de cambio estructural que estaban en marcha se van a acelerar de manera muy significativa. Por ello, procesos como la digitalización, la robótica o la impresión 3D van a multiplicarse exponencialmente en la era post-Covid, con las consecuencias que esto va a tener, por ejemplo, para las relaciones y modelos laborales. Asimismo, creo que también van a acelerarse los procesos de cambio social que ya estaban en marcha, como la mayor conciencia ambiental, una menor preferencia por la cultura de la propiedad o un mayor consumo de productos locales. Junto a ello, desgraciadamente, también se acelerará la tendencia a la desinformación, el populismo o los nacionalismos destructivos.

Todo ello dibuja un escenario de muchos riesgos y también de múltiples oportunidades, hasta el punto que se alza ante nosotros la posibilidad histórica de reconstruir nuestra sociedad y nuestra economía. Como es sabido, quienes habitamos este planeta contamos en la actualidad con una auténtica agenda de tareas perfectamente delimitada, como nunca antes habíamos tenido, materializada en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Ojalá, en la reconstrucción de Madagascar, cuando haya pasado las crisis de nuestras vidas, prioricemos esa agenda. Termino, como terminó Sampedro su artículo hace ya casi cuarenta años, reivindicando el camino hacia el sur y animando a "...negarse a servir intereses establecidos -por caducos ya y opresores-, para sumarse en cambio a las fuerzas profundas de la historia y vivirlas en medio de la gente, por los campos y plazuelas. Porque, como cantó Neruda, "no es hacia abajo ni hacia atrás la vida”.