Profesor Asociado Laboral

Departamento de Psicología Sociología y Trabajo Social

Doce años después de la Gran Recesión de 2008, el PIB de la región estaba creciendo a un ritmo anual de 2,4%, un signo positivo opuesto al quinquenio negro 2008-2013. Se estaba en la senda de la recuperación, aunque el enfriamiento global estaba a la vuelta de la esquina, como consecuencia de los jueguecitos negociadores del niño-presidente Trump, de sus revisiones de tratados comerciales, y de sus berrinches arancelarios contra todo el que se le pusiera por delante: China, Unión Europea, y otros. La desaceleración de la eurozona tampoco ayudaba, y menos a Canarias, que dispone de una estructura productiva muy dependiente de la marcha de la economía europea. Las visitas turísticas empezaban a decaer, pero nunca antes habíamos alcanzado un pico tan alto de entradas de turistas extranjeros: 14 millones cuatrocientos mil, en 2017.

Y todo se jodió en este pasado mes de marzo. En solo doce años acontece otra catástrofe económica, desvelando la vulnerabilidad del capitalismo mundial, siempre sujeto a golpes cíclicos. Sin embargo, lo más probable es que, aunque el frenazo en seco de nuestra economía sea total, su duración será corta. Las medidas económicas y sociales tomadas por el gobierno en alarma son realistas y proporcionadas. La predisposición al estímulo y a políticas de gasto de nuestros aliados europeos, con todo, es mucho más firme que la habida en la recesión anterior de 2008. Y las políticas económicas de los países más desarrollados ayudarán a recomponer la demanda mundial de bienes y servicios.

En los dos primeros años de la Gran Recesión, Canarias perdió 131.600 puestos de trabajo, el 15% de los que estaban ocupados. En su gran mayoría hombres, con contratos temporales, de la construcción, pero también de los servicios turísticos y comerciales, y de las industrias. En cifras de empresas, desaparecieron en los dos primeros años de aquella recesión 7.517, el 5% de las que había. En algunos años más, hasta 2014 que se inició la recuperación, desaparecieron otras 7.500 empresas canarias. La gran mayoría fueron empresas de menos de 10 asalariados, especialmente las microempresas de 1 a 2 trabajadores. Como consecuencia de estos descalabros, en aquella recesión, el aumento de personas bajo el umbral de la pobreza fue de 90.600. Pero aquella fue una recesión en goteo, pautada por el tiempo, que iba cerrando empresas y puestos de trabajo a medida que la demanda se iba desinflando y los impagos multiplicándose. Por el contrario, esta que se nos viene encima será un chorro abierto de cierres y despidos, pero durante un tiempo limitado, quizá un año. Después vendrá una fuerte recuperación: 2020 no será un año de bonanza económica, pero 2021 será el año del inicio de la nueva expansión. En aquella ocasión tardamos seis años ?hasta 2014? en salir del pozo de la recesión, y en esta lo haremos en mucho menor tiempo. Para ello es necesario salvaguardar tanto a las empresas como a los autónomos. Por otro lado, y paradójicamente, lo que nos debilita nos hace fuertes (como el virus maldito ese), porque si depender del turismo y el comercio es un alto riesgo o vulnerabilidad, las economías fuertes del norte y del centro de Europa nuestros principales clientes, con un control mucho mayor de la pandemia? estarán en mejor disposición para reemprender el negocio turístico, más pronto que tarde.

Las debilidades profundas del archipiélago que habría que tratar en una nueva estrategia socioeconómica a partir de esta crisis son: la escasa diversificación del tejido productivo (hay pocas empresas en las nuevas ramas de producción necesarias y emergentes); el mantenimiento de los recursos públicos y privados que reducen el distanciamiento geográfico y el sobrecoste de la insularidad; la escasa digitalización de las empresas, porque solo el 21% de las pequeñas empresas tiene página web propia, solo el 30% de todas las empresas canarias utiliza el comercio electrónico, y solo el 41% interactúa en redes sociales; la reactivación del empleo de calidad, y la contratación de titulados universitarios, y de jóvenes; la búsqueda de soluciones a medio plazo del masivo empleo temporal, que lleva necesariamente a la baja productividad de las empresas, y a la precariedad laboral; la agilización de las ayudas institucionales a la pobreza: prestaciones individuales, y otros tipos de asistencia y apoyos. Esto último es especialmente relevante en los próximos meses: hay que devanarse la cabeza para agilizar los trámites de las prestaciones sociales, y de la distribución de alimentos para los más necesitados.

Si lográramos encarrilar estos desajustes crónicos en un plan orquestado, con medidas prácticas y concretas a emprender en el medio plazo, seríamos capaces de superar la crisis temporal y corta ?pero intensa? que se nos viene encima. Quizá incluso, seríamos capaces de soportar la presión de un modelo económico hiper-concentrado en el turismo, intensivo en población general (y galopante en crecimiento de la población activa), y con señales evidentes de saturación de determinados servicios públicos esenciales, como la sanidad, la justicia, y la educación. Si lo logramos, doce años después, es que somos mucho más fuertes de lo parecemos. Y entonces, la conclusión a la que llegaremos es que la frecuencia de tantas contracciones nos consolida. Es como si la inteligencia y la motivación humanas fueran más intensas y sólidas que las disrupciones económicas a las que nos estamos acostumbrando, y a las que nos hacemos más resistentes.