Gran empresario, conciudadano generoso y excelente amigo, Joaquín Galarza nos dice adiós en circunstancias que impiden testimoniar en su despedida los afectos innumerables que ganó, la admiración por la inteligencia de su emprendimiento y la gratitud por las muchas causas solidarias que buscaron su adhesión y la encontraron multiplicada en sólidas aportaciones y nuevas iniciativas.

De su perfil empresarial habla la permanente presencia y la magnitud de Galaco, holding puntero de la distribución en el Archipiélago, afianzado en la confianza de sus proveedores, muchos de ellos con marcas de prestigio en todo el continente europeo.

Espontáneo partícipe de numerosas ideas públicas y privadas para la mejora de las condiciones de vida y cultura de Las Palmas de Gran Canaria, recibió importantes galardones y sinceras muestras de adhesión en prueba de reconocimiento por su entrega personal y multiplicador apoyo. Una de las más significativas, la Fundación Alejandro da Silva contra la Leucemia infantil, ha probado el valor del tesón y la lealtad a un objetivo admirable, a lo largo de muchas décadas de existencia y atracción de recursos privados. Las cenas anuales de la Fundación, multitudinarias, visibilizan la respuesta social que es posible conseguir con voluntad y entrega como las demostradas por Joaquín y su esposa Rosa María, que han mantenido siempre en alza el entusiasmo de las juntas rectoras y el sentimiento de unidad en torno a un gran proyecto solidario.

Con una de sus grandes aficiones, los safaris fotográficos que llenaban sus vacaciones en los parques africanos de la vida salvaje, logró reunir una fabulosa colección de instantáneas, así como un conjunto de muestras del arte continental que despiertan el asombro y la admiración de sus amigos en una casa de las medianías de Gran Canaria, poco a poco convertida en museo. Muchos de los parques frecuentados permitían la caza, pero no era esa la pasión de Galarza, sino la de la vida en libertad.

Se hicieron famosas y deseadas las expediciones que organizaba anualmente en las highlands escocesas para conocer los castillos de los clanes, la cocina y las costumbres del país, recorriendo la ruta del whisky desde el campo hasta la bodega: toda una cultura ancestral del scotch, mucho más rica de lo que cabe imaginar. Joaquín tenía muy buena vista al reunir en cada expedición a ciudadanos de mentalidad diferente, empresarios de intereses contrastantes y amigos suyos que no respiraban la misma atmósfera en oficios u opiniones. Un final de viaje londinense rubricaba la amistad, o la buena avenencia entre diferentes.

De Joaquín Galarza, nuestro amigo entrañable, creativo e inspirador, no es posible hablar con justicia en un breve recordatorio, porque su personalidad fue tan rica y plural como profunda era su afectividad familiar y amical. Siempre con humor invariable, con la naturalidad de quien siente como nativo el sentido de la amistad, fue Joaquín un ciudadano admirable, dotado de una perspicacia fuera de serie para atraer en su entorno a gente nueva, de todas las edades, y hacerla sentir lo más grato de la relación en cualquier coyuntura de trascendencia humana, proyecto público de importancia o simple cotidianeidad en dimensión solidaria o altruista.

Con 85 años, que parecían mucho menos, un infarto nos priva ya de su juicio sosegado y su ecuánime visión de las cosas y las personas. Pero su recuerdo será muy largo. Su viuda, las cinco hijas de ambos, y sus yernos, tienen ahora nuestro afectuoso deseo de que la memoria feliz de Joaquín les compense de la tristeza de su ausencia.