Ante la situación actual derivada de la propagación del COVID-19, me gustaría compartir algunas líneas en relación a qué hacer con nuestra cartera de inversión y qué decisiones tomar. No me corresponde una evaluación epidemiológica o análoga sobre el asunto, pero sí dar mi visión sobre el impacto que sobre nuestras inversiones que pueda tener.

El volumen de información es ingente y fluye y se incrementa de manera permanente. Es del todo imposible dar cuenta de tantos datos y actualizaciones en este texto. De manera muy resumida, sí podemos comprobar que su impacto es real, efectivo y global, afectando a todos los países, sectores, y economías. Su impacto en la economía mundial será muy superior al generado por otras epidemias, quizás más peligrosas para la salud, pero en las que las medidas para contener la propagación eran menos disruptivas o tenían menor impacto en la sociedad. Esto hace especialmente impredecible valorar el futuro próximo en términos de su impacto real sobre la economía.

En las últimas semanas los mercados mundiales han corregido con un nivel de brusquedad nunca antes visto. No se conoce desplome tan vertical en la historia de los mercados de renta variable, ni siquiera en la Gran Depresión en los EEUU en el siglo pasado.

Benjamin Graham señalaba que los mercados pueden comportarse en el corto plazo de manera irracional e impulsiva, dejándose llevar por la euforia o el pánico, sobre reaccionando a las noticas -buenas o malas-, generando incertidumbre, volatilidad, y continuas y bruscas subidas y bajadas en las cotizaciones. Sin embargo, a medio plazo los mercados terminan por recuperar la cordura y acaban por reflejar el verdadero valor de las compañías.

Es absolutamente comprensible que el inversor sienta desasosiego, incluso miedo, al ver cómo en apenas unas sesiones el valor de su inversión cae drásticamente. Paralelamente, sabemos el irreparable coste que representa vender en mínimos y comprar en máximos llevados por las emociones. El 90% de la rentabilidad se genera en el 5% de las sesiones de mercado, por lo que tratar de especular con los tiempos de caídas y recuperaciones tiene más riesgo del que aparentemente se percibe. Nuestra forma de actuar en relación a nuestra cartera de inversión debe responder a otros parámetros, relacionados con la visión objetiva de la situación, la correcta diversificación de nuestro porfolio, y con la imprescindible visión a largo plazo.

Aunque nuestros activos en cartera sean de calidad, resulta imposible que no se vean afectados en sus precios en este escenario, pero la mejor estrategia es permanecer invertidos, puesto que el mercado es impredecible y el riesgo de quedarse fuera ante una recuperación es demasiado alto. Acudiendo a una inversión que resulta muy familiar para cualquiera de nosotros, lo podríamos expresar en estos términos: pensemos en nuestra propia casa; si no estoy obligado a venderla y pienso seguir viviendo en ella unos años, qué más me da que me ofrezcan un 20-25% menos durante unas semanas.

Ejecutar un proceso de inversión para evitar un evento de este tipo no entra en los escenarios posibles cuando abordamos la construcción de una cartera de inversión. No estamos hablando de un fenómeno que pensamos que pudiera ocurrir y que finalmente ocurre, aunque en su día le hubiéramos asignado una baja probabilidad de ocurrencia. Estas situaciones ponen a prueba nuestro temperamento y nos obliga a mantenernos firmes en nuestras convicciones como inversores, porque lo que hoy sin duda es un drama, tal vez sea vista como una gran oportunidad de inversión en unos meses o años.

No podemos adivinar el futuro, solo tomar decisiones de acuerdo a nuestras convicciones. La cita de Peter Lynch lo plasma acertadamente: "Se ha perdido más dinero intentando prever las correcciones y protegiéndose frente a ellas que sufriéndolas realmente". La inversión es un negocio que reúne dos condiciones fundamentales: requiere de un periodo de maduración, y es un proceso fundamentalmente optimista

Saldremos de esta. No subestimemos nuestras capacidades como sociedad y nuestras capacidades científicas y tecnológicas. Por primera vez en nuestra historia, toda la civilización rema en la misma dirección en la búsqueda del remedio a un problema que nos afecta a todos, y del que necesariamente tendremos que salir colaborando mutuamente.

Acabo deseándoles lo mejor para sus familias, y dando las gracias por su trabajo y esfuerzo a quienes están en primera línea de esta guerra contra el virus. Desde aquí mi reconocimiento y sincero agradecimiento.