Todo parece indicar que es ahora cuando hemos entrado de golpe en el siglo XXI. Inmersos como estamos en una verdadera tercera guerra mundial, si bien no entre estados o bandos, pero sí luchando contra un enemigo común -terrible e invisible-, que nos amenaza a todos sin distinción. Si el siglo XX nos dejó varias guerras mundiales, otras guerras frías y alguna más calientes -que aún persisten-, y acabamos prácticamente el siglo contemplando en directo la destrucción de las Torres Gemelas o la caída de Lehman Brothers, creyendo que ya lo habíamos visto y padecido todo, aparece un puñetero y desalmado virus que está poniendo en jaque la superioridad humana, con todo lo que ello implica de riqueza, conocimiento, autonomía y autoridad, desalmando, confinando y poniendo en evidencia en pocos días la competencia, la estabilidad y el control sanitario, económico, político y social del planeta. Ahí es nada.

Ahora sí que podemos decir que ha comenzado el milenio, y encima en un puñetero año bisiesto, que suele estar teñido de malas noticias: partiendo del desastre de la Armada Invencible, la caída de la dinastía Ming en la China, el pavoroso incendio de Londres, varias revoluciones en el centro de Europa, el hundimiento del Titanic, la Guerra Civil española, los asesinatos de Martin Luther King o el presidente Kennedy entre otros acontecimientos difíciles de olvidar. Estamos viviendo una pesadilla real que tan solo habíamos leído en novelas o visto en películas: ciudades desiertas, confinamientos de millones de personas, hospitales desbordados, miedo libre y descontrolado?; y todo ello, al menos en España, en el peor periodo político que nadie podía imaginar.

Ahora debería ser el momento de contar con líderes que supieran gestionar una crisis sin precedentes y que, dejando al margen las ideologías y los pactos políticos, se pusieran a hacer frente a una guerra sanitaria, donde el cuerpo sanitario, sin la indumentaria y los medios necesarios para combatir la epidemia, representan como pueden, y exponiendo su propia salud y vida, el primer frente de la guerra. Es hora de poner todos los recursos disponibles y a todas las personas que sean vitales y necesarias en la prioridad fundamental de salvar vidas. Lo ideal hubiera sido que este gobierno, deteniendo el reloj de la política cotidiana, hubiera conformado un gabinete de crisis compuesto por representantes de todos los partidos políticos que tuvieran como misión salvar a los españoles y a España.

Se debería haber parado el reloj a todos los efectos. Salvaguardando a todos y a cada uno de los españoles desde una perspectiva sanitaria y laboral, haciendo una foto fija de ese momento en que se dictó el estado de alerta, de tal forma que todos y cada uno de los españoles pudieran, una vez pasados estos terribles acontecimientos, volver a su estado inicial de vida social y laboral sin necesidad de dejar por el camino la salud y su estabilidad familiar, emocional y salarial. Posteriormente, ya habrá tiempo, entre todos, de apretarse el cinturón y volver a sacar a este país adelante.

También habría estado bien que el gobierno hubiera pedido perdón, o al menos disculpas, por no haber previsto con el tiempo suficiente lo que se veía venir. El día 9 de marzo, que es cuando se comenzaron a tomar medidas, ya fue tarde. Pero, por lo visto, era mejor, al menos desde la perspectiva ideológica de género, acudir a la manifestación del 8M porque según la propia Cristina Almeida dijo en la Sexta: "Hemos tenido un virus durante siglos que ha sido el machismo y, como lo seguimos teniendo, es mucho más peligroso, más nocivo y más desigual que el coronavirus. Por tanto, os llamo para irnos a la manifestación el 8 de marzo". Y dicho y hecho. Ahora bien, ¿cuántos miles de personas -aparte de ministras y familiares del propio presidente del gobierno- se contagiaron en dicha manifestación y, a su vez, propagaron el virus? Alguien -que no sean los medios de comunicación de izquierdas- debería haber pedido dimisiones y una explicación que, pasado este tiempo de zozobra, no estaría mal que fuera en un juzgado.

Ahora, y respetando la necesidad que tenemos de aferrarnos a la esperanza, es mejor apostar por la resistencia; solo resistiendo ganaremos esta guerra global; y eso a pesar de que este virus Covid-19, con nombre de alienígena, nos está demostrando, pese a nuestro vanidoso culto a la vida como seres superiores que creemos ser, cuánto de limitados, débiles, frágiles y mortales somos los humanos. Que Dios nos proteja.