Una amiga me dice que las cosas estarán realmente jodidas cuando los perros se nieguen a salir a la calle. Hoy pasó algo así con mi chucho. Por primera vez dio media vuelta y se metió bajo el sofá, gruñendo. Juzgué que era un buen momento para ir al supermercado, pero al abrir la puerta el perro se me tiró encima sin dejar de ladrar. Se porta como Pablo Casado: todo lo que haga le parece mal. Al final, por supuesto, salimos, pero el incidente me puso taciturno. La única originalidad de Santa Cruz era su buen clima y su vocacional insignificancia, e incluso eso se está perdiendo. Como toda ciudad derrotada emite mil símbolos de pérdidas y ausencias. No encontré absolutamente a nadie durante minutos. Eran las tres de la tarde en el centro de la capital ensimismada y el silencio llameó tan intensamente que me sentí aturdido. Un ligero golpe de viento levantó a los pájaros de las ramas de los árboles. Recordé esa anotación en el diario de Colón tres días antes de avistar las costas americanas: "Y toda la noche oyeron pasar pájaros". Eso es mi pequeña ciudad: un barco que navega a ciegas lentamente, rodeado de miedo e incertidumbre, esperando llegar a un puerto en el que consiga no hundirse.

He renunciado a hacer crítica política de unos y otros durante el confinamiento para emborronar columnas más relajadas en las que la observación tenga prioridad sobre la argumentación. Pero cada día me cuesta más. Los gobiernos están desbordados. Se les nota, como cuando los bebés necesitan cambiar de pañales. Quizá sea pedir demasiado, pero me gustaría, como al economista Jesús Fernández-Villaverde, que los máximos responsables políticos fueran capaces de anunciar un plan de emergencia económico-social en diez puntos sucintos y claros, y no en 58 confusas (y a ratos ilegibles) páginas de un decreto gubernamental. Los ciudadanos también están impactados pero más pronto que tarde la exigencia de claridad y transparencia será clamorosa. No habrá turismo en este verano, pero tampoco en el próximo otoño. No lo habrá tampoco en el invierno si no media la aprobación y distribución de una vacuna que acabe con la transmisión del virus. ¿Cuánto tardará Canarias en contar de nuevo con doce millones de turistas al año, el motor del PIB del archipiélago? El turismo es (o era) la principal estructura estructurante del sistema económico. No es un modelo minoritario y segmentado, sino altamente masificado e insuficientemente diversificado, y para el cual siete u ocho millones de turistas al año ya era un desastre. ¿Cómo podrá recomenzarse la actividad económica a principios del verano? ¿Sabremos entre junio y julio quién está infectado o no, clave para dominar la pandemia?

Ahora vamos a pagar dolorosamente lo que no hicimos en años anteriores. Ahora se abonará el precio social de carecer de grandes consensos en materia tributaria, educativa, urbanística o energética. Al menos Canarias cumplió sus obligaciones fiscales. Su deuda pública, 6.613 millones de euros, solo representa el 14% de su PIB. Quizá no sería precipitado pedir estudiar los costes y autorización al Gobierno central para emitir deuda y disponer de un colchón de siete u ocho mil millones de euros, de los que una parte se destinaría a una renta mínima durante un año.