Rafael Alonso Solís

A veces veo a Churchill por la calle. Digo a veces porque cada vez es menos frecuente advertirlo, pero disfrutamos de imitadores del primer ministro británico que pululan a día de hoy con tirantes y tabaco prominente. Tuve que detenerme y recordar qué imagen me evocaba la de tres señores de avanzada edad debatiendo sobre política en un conocido café de Puerto de la Cruz. Sin duda, era el vivo retrato de la Conferencia de Yalta. Puro en mano y copa de coñac, emulaban a Iósif Stalin, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt repartiéndose el territorio europeo al final de la Segunda Guerra Mundial. Dicen que la verdadera elegancia en la vestimenta se fundamenta en el principio de que las prendas deben estar confeccionadas o ajustadas de acuerdo al cuerpo de cada persona. No es menos cierto que muchos ilustres prohombres llevan hasta el límite semejante afirmación, acogotando sus pantalones por encima del ombligo para dejar ver extraordinarias chichas durante el paseo matinal. Los tirantes son a los pantalones lo que la flor a las abejas, un clásico que se reinventa y que en estos momentos goza de una amplia popularidad, incluso en los más jóvenes. Y entre los más viejos, que en algunos casos nos recuerdan al paseo por Wall Street durante el crack del 29.

Me dijo en una ocasión el viejo Marcial, un antiguo falangista, que él lleva puesto sus tirantes para sujetarse toda la patria, y que si eran rojos y amarillos mejor, que "eso le jode mucho a algunos". También es importante precisar que permiten que el bajo del pantalón quede en su sitio impidiendo la formación de arrugas.

Era una imitación más que realista de Martínez "el facha", ese personaje de la revista El Jueves, aunque salga los miércoles, que nos maravillaba con su elegancia y "modernidad" ideológica sin parangón. Tirantes con la bandera de España que sujetan un cuerpo a base de morcilla y chorizo patrio. Y entre las historias locales, imposible olvidar a Roberto, un huraño comerciante que regentaba hace años una exclusiva sastrería convertida hoy en una conocida franquicia de hamburguesas. Contaban sus clientes que les recitaba las normas y el código de vestimenta adecuado para cada ocasión. Se llenaba el local solo para escucharlo. "Por favor, recuerden que ya no importa tanto que el pantalón deba cerrarse justo por encima del ombligo, en la cintura, y no en la cadera o que la pernera se vaya estrechando desde el muslo hacia abajo. Tampoco que el pantalón deba terminar donde empieza el zapato. Lo importante es que cada uno vaya en sintonía con su forma de ser", recitaba. No sé si sabían que los tirantes fueron inventados en 1820 en Londres por Albert Thurston para poder enganchar los pantalones y permitir una mayor libertad de movimiento a los hombres que llevaran traje. Lo que ocurrió pasado el tiempo fue que, con el cambio de tiro en los pantalones, así como la revolución que se produce en la indumentaria masculina tras las I Guerra Mundial, hizo que dicha prenda dejara paso al cinturón. Escribí una vez la historia del cazador de calcetines, un hombre que examinaba a las personas por el tipo de calcetines que llevaban, un fisonomista de las calcetas y las medias. Era capaz de saber prácticamente todo de la personalidad de sus objetivos con unos minutos de verificación. Pues creo que con los pantalones encima del ombligo y los tirantes pasa lo mismo. Independientemente de las modas, lo esencial es tener la libertad de decidir. Y esta es la historia que reivindica el arte de los pantalones por encima del ombligo.

@luisfeblesc

Luis Febles