Es muy curioso cómo cambian las cosas de la noche a la mañana. Ya tenemos experiencia de que todo es mudable, variable, relativo. No es que no lo supiéramos, es que no teníamos mucha experiencia de ello a no ser la obsolescencia de los productos técnicos. Ya nadie tiene su primer teléfono móvil, por ejemplo. Pero esta nueva situación que nos ha sobrevenido, que nos tiene a todos masticando las soledades de casa, nos ofrece la experiencia de que nada es para siempre y que todo cambia muy rápido.

No hace muchos meses que la Fundación Foesa, patrocinada por Cáritas española, nos ha entregado el informe de la situación de la exclusión en España y sus comunidades autónomas, haciendo un análisis de las principales características de nuestra nación. Llamaba la atención un aspecto concreto. Definían nuestra sociedad como la sociedad "desvinculada". La ausencia de conexiones fuertes entre las personas agravaba la pobreza y exclusión. No existen vínculos fuertes entre nosotros.

Y, de repente, llega el #QuédateEnCasa y nos aíslan para evitar que el Covid-19 nos ataque con su paciente rabia oriental. Y cada pájaro en su nido. Y cada palo aguanta su vela. Y cada uno en su casa, y Dios en la de todos. Y, en paralelo a ello, se despierta en nosotros un afán de vincularnos a los otros. Y comienzan los wasap familiares a bombardear anhelos de encuentros; y a generar espacios de reuniones virtuales; y a aparecer la solidaridad en las calles sensibles con los mayores solos; y a generarse una serie de medidas de colaboración con los más vulnerables; y a abrir espacios para las personas sin hogar; y a escuchar a quienes hace tiempo no escuchamos regalándonos un "si necesitas algo, avísame". No parece esta situación que responda al análisis de una sociedad "sin vínculos", aislada e individualista. Una sociedad que descarta a los no productivos y aparca a sus mayores. Todo ha cambiado.

Es cierto que cuando nos quitan la silla de nuestra comodidad burguesa, cuando nuestra piel sufre el frío de la noche y tocamos lo que otros sufren de ordinario, la solidaridad se despierta. "Nunca las desgracias vienen solas", solemos decir; a veces vienen acompañadas de elementos positivos que nos hacen afilar el lápiz de nuestra vida en sociedad y abrimos los ojos que teníamos cerrados a realidades que teníamos delante y no veíamos.

Esta nueva situación no debería desaparecer cuando desaparezcan la pandemia y su peligro. Deberíamos mantener encendida la llama de la solidaridad y el vínculo con los demás generando un nuevo nivel de visa social. Hemos pasado de la tribu al pueblo, del pueblo a la sociedad y, ojalá, alcancemos el tercer nivel: de sociedad a comunidad. Porque el #Quedateencasa ya sabemos que nos vincula.

Además, existe la seguridad de que cuando "cada uno está en su casa", generando vínculos comunitarios, "Dios está en la de todos". Por eso el "ven" de nuestro título. "Ven, #QuédateEnCasa"

Delegado de Cáritas diocesana