Con el paso de los días se multiplican los esfuerzos heroicos de cuantos, desde distintos y abnegados oficios, se enfrentan a la peor crisis humanitaria y económica desde la II Guerra Mundial; crece la ola agradecida y solidaria de la mayoría social que, desde su disciplinado confinamiento, cumple su mandato y, también, se alarga la cuerda de pícaros, mercenarios, estafadores y codiciosos que intentan hacer su agosto con las muertes crecientes y el miedo de las personas normales. Desde la entrada en vigor del primer tramo de la alarma, a los confinados se nos encomendó un diario e imprescindible cometido verificador de las noticias falsas, las calumnias de todo signo y las injurias de todo pelaje, los intereses espurios y los especulativos que mueven por igual a negocios dentro de la ley y a tinglados que la burlan. El pasado viernes, en la víspera de otra quincena de retiro, no me molesté con mentiras ni desmentidos, con relatos torticeros ni pícaros sin escrúpulos y sin gracia, con profetas de vía estrecha y golfos sin paliativos.

Al socaire de una fecha que, como la entrada de la primavera, como todo marzo, pasó desapercibida al PC y al móvil llegaron numerosos mensajes de esperanza porque, el viernes, 27 de marzo, se celebró, con más pena que gloria, con más miedo que vergüenza, el Día Mundial del Teatro. Sorpresa temprana con Alberto Omar, amigo de largo recorrido con el soliloquio calderoniano de Segismundo; resistencia y grito común ante la que está cayendo de Timaginas (María Rodríguez y Armando Jerez), que comparten las enseñanzas artísticas y técnicas con un exigente repertorio que suma a Lope de Vega y García Lorca con didácticos montajes sobre las raíces griegas y las claves hispanas del Siglo de Oro; y, además, muchos mensajes personales de compañeros de aventuras y fatigas cuando, contra el severo control y el tedio, la mediocridad y la censura, Díaz de la Barreda, Pascual Arroyo, Alberto Delgado, Chela, Alemany y otros osados buscamos cauces de libertad desde las tablas.

Desde La Palma, y remitido por un memorialista curioso, me llega un programa del 27 de marzo de 1964, donde, dirigidos por Javier de la Huerga, alumnos de bachillerato representamos en el Teatro Chico Maese Pathelin, la piedra angular del teatro medieval francés, con motivo del Día Universal, establecido tres años antes por el ITI y bendecido en 1962 por el gran Jean Cocteau, al que seguirían después Arthur Miller, Laurence Olivier, Pablo Neruda, Darío Fo? hasta hoy.