Desde hace días estamos sumergidos en una dulce campaña sobre lo responsables que somos. Quedarse en casa se ha convertido en un mérito extraordinario y en un motivo de orgullo ciudadano. Pero se nos ha olvidado el pequeño detalle de que la cuarentena social no es voluntaria, sino obligatoria. Salvo excepciones, no estamos en nuestros hogares por responsabilidad, sino porque nos han encerrado. Se nos ha prohibido terminantemente salir. Y para ello hay policías y guardias civiles patrullando por las calles. Agentes armados que te interceptan y te destrozan el bolsillo con una multa si no existe razón para que estés en la vía pública desafiando las órdenes oficiales.

Las guerras, aunque sean sanitarias, necesitan campañas en la retaguardia. Para que todo el mundo se implique en la lucha. Por eso, sumergidos en la dulce melaza de lo solidarios que somos, me pregunto si entrarán en esa categoría los vándalos que se asoman a las ventanas para gritarle a una madre de un niño autista qué puñetas hace en la calle paseando a su hijo.

Me cuestiono si esos gendarmes frustrados que increpan al prójimo que aparentemente desobedece entran en la categoría de la buena gente. A mí no me parece tan bueno un país en el que a los padres de niños autistas se les va a tener que colocar un brazalete de color para que las turbas de las ventanas no les insulten, asustando aún más a los chiquillos.

No me parece tan buena una sociedad que tenía aparcados a sus mayores en residencias que, pese a ser el mayor lugar de riesgo, fueron completamente olvidadas en las estrategias sanitarias de contención. Los ancianos, principales víctimas del Covid-19, están cayendo como moscas y sus cadáveres se amontonan. Como la sacrificada gente que les cuida, también expuesta al contagio.

Al hilo de esta crisis, además de proponernos a todos para la Laureada de San Fernando, por estar en calcetines, la vanguardia del buenismo patrio está proponiendo que hay que invertir mucho más en Sanidad. No sería mala idea hacerlo. Como también en centros de internamiento de inmigrantes, educación, pensiones, salarios públicos o viviendas, que es lo mismo que ayer mismo pedían los mismos. Mismamente.

Las puertas de emergencia son mayores que las normales. Pero no hay ninguna por la que quepan al mismo tiempo cuarenta y seis millones de personas. En realidad ningún sistema sanitario se puede dimensionar en referencia a una pandemia. Lo que se hace es reforzar las estructuras y crear otras de carácter extraordinario. Lo que hicieron los chinos y estamos haciendo ahora nosotros.

Al personal sanitario le ha tocado un trabajo agotador y de riesgo. Pero es la profesión que eligieron. Como los bomberos apagar incendios. Lo que es injusto es que hayan trabajado sin los medios de protección adecuados. Además de tanto aplaudirnos, de tanto hablar de héroes anónimos y de tanto elogiar el "enorme sacrificio" de estar cómodamente echados en el sillón de casa, deberíamos prepararnos para cuando nos dejen salir. Porque después del virus nos espera el paro.