La presidenta del Banco de Santander, Ana Botín, ha decidido recortar a la mitad sus retribuciones, trasladar los dividendos del banco al año que viene y donar cuatro millones de euros para la compra de respiradores en Madrid. Y esta misma semana aterrizó en Zaragoza un avión fletado por Amancio Ortega, el dueño de Inditex-Zara, cargado hasta los topes con material sanitario -trescientas mil mascarillas y setenta y cinco mil equipos individuales de protección- adquirido en China y donado al gobierno español.

Ahora es cuando toca preguntarse qué ejemplo han dado en esta crisis aquellos partidos que criticaron tan ácidamente a Ortega cuando donó dinero para comprar equipamiento tecnológico en la lucha contra el cáncer. Qué han hecho por los demás quienes gritaron con despecho, que no se podía admitir caridad con la Sanidad pública española, que no la necesitaba. ¿Han cedido sus salarios para la compra de equipos de protección? ¿Han donado las asignaciones parlamentarias para la adquisición de respiradores?

Los que odian a los que más tienen, ese ejército de los resentidos de la vida, está desaparecido en combate. No es su momento. Es el momento del dueño de un restaurante de carretera andaluz que sigue haciendo la comida y deja las puertas abiertas para que los camioneros puedan entrar en el autoservicio y comer gratis. Es el momento del humorista Ernesto Sevilla que se ha sacado del bolsillo diez mil euros para entregarlos a un hospital para la compra de material sanitario. Es el momento de algunos dueños de hoteles en Madrid y Barcelona que los han ofrecido para albergar a pacientes leves del coronavirus, aliviando a los centros sanitarios.

Hace solo unas semanas los periódicos estaban llenos del ruido de una sociedad donde todo el mundo tenía derecho a todo. Y todo se le negaba. Una vivienda, un trabajo, un aumento salarial, una pensión, una hipoteca... Por todos lados surgían voces airadas que reclamaban más y más en nombre suyo o de otros. Pero un virus ha venido para dejarnos a todos en silencio. Para mostrarnos una visión del abismo. Lo que ocurre cuando la sociedad no funciona; cuando se rompen los códigos del trabajo, de la libertad, de la seguridad...

Numerosos institutos y organismos comparten actualmente una misma perplejidad: los datos que se están registrando -por ejemplo la caída del consumo- son inéditos. Las perturbaciones que está sufriendo el funcionamiento de la sociedad son de tal magnitud que impiden establecer previsiones. Es previsible que la Europa industrial se reactive a medio plazo, con los estímulos de los países y el respaldo de las políticas monetarias expansivas. Pero a las economías basadas en la venta de servicios turísticos les espera un largo y frío invierno. La marmota Phil se ha vuelto a meter en su madriguera del brexit, de la crisis económica y de los efectos diferidos de la pandemia. Desde la izquierda verdadera se ha pedido que se invierta en temas sociales el fondo de la Reserva de Inversiones de Canarias que tiene, según ellos, miles de millones guardados en un calcetín. Aterra comprobar la ignorancia de algunos que ni siquiera saben que la RIC son apuntes contables de unos compromisos futuros de inversión. Que ese dinero no existe ni está guardado en un cajón. Y que, salvo en las dictaduras populistas, no se pueden cambiar las reglas a mitad del partido.

Desde luego no será ésta, que es una profunda necedad, pero ahora será el momento de escuchar las grandes ideas de los enemigos del comercio. Por fin estamos en el "cambio de modelo económico" que tanto necesitaba Canarias. El que pedían una y otra vez. El fin del monocultivo turístico ha llegado. El perroflautismo puede bailar mañana mismo sobre la tumba del sector especulativo y depredador de suelo que tanto odiaba, aunque creara cientos de miles de puestos de trabajo.

Ahora podremos vivir unas islas sin turistas. Pobres como ratas, pero menos contaminadas. Sin tráfico, con aguas limpias, calles vacías y negocios chapados. Un fantasmal parque de atracciones cerrado a cal y canto. Todo para nosotros. ¿Queríamos suelo? Pues nos vamos a hartar: todo para nosotros. Para plantar papas.