Son cientos ya los estudios de todo tipo publicados sobre el impacto del coranavirus, su comportamiento, o haciendo previsiones sobre el desarrollo futuro de la enfermedad. Dos universidades de Pekín colgaron hace días en el servidor Social Science Research Network un estudio estadístico realizado en cien ciudades de China, que pretende demostrar la relación entre aumento del calor y la humedad en un territorio y la reducción de contagios. El estudio, pendiente de revisión, se realizó tras constatar que durante el pasado febrero, el coronavirus creció más en territorios fríos y secos, como Irán, Japón y Corea del Sur, que en zonas cálidas y húmedas como Tailandia, Malasia y Singapur.

Aunque los resultados del estudio deben ser considerados provisionales y no representan una gran novedad, sí son una buena noticia: el aumento del calor es determinante en el formato estacional de nuestra gripe común y otras infecciones, pero estas son las primeras mediciones que se realizan sobre la reacción del Covid-19 al calor, y vienen a señalar un comportamiento parcial: el aumento del calor y la humedad no anulan completamente la capacidad de transmisión del coronavirus, pero la reducen. Lo que refleja el estudio chino es que por cada grado más de aumento de la temperatura, se reduce el índice de contagio en casi un cuatro por ciento, y cada punto porcentual más de humedad relativa baja el contagio algo más de un dos por ciento. De confirmarse, sería una buena noticia para los países del hemisferio norte que -con la entrada de la primavera- subirán sus temperaturas, pero no para los del hemisferio sur, especialmente para las zonas con mayor concentración de población. Y es que la concentración de la población, como la riqueza de un territorio o sus hábitos de higiene, son también determinantes en el valor del índice de contagio -el número de personas a las que contagia cada enfermo, conocido como número R-, que es muy superior en el Covid-19 al de la gripe común, la gripe porcina o la gripe española de 1918.

El Covid-19 se mueve en un número R situado por encima del dos y medio. El gigantesco esfuerzo de confinamiento que se está realizando en la mayoría del planeta por recomendación de la Organización Mundial de la Salud persigue, básicamente, reducir el valor de ese número R y acercarlo a 1, con lo que la pandemia quedaría controlada.

Si los datos del estudio chino se confirman, desde el próximo abril hasta el momento más caluroso del verano -julio y agosto-, la subida de las temperaturas podría reducir desde un diez a un cuarenta por ciento el valor del número R en el hemisferio norte, básicamente en Europa y EEUU, donde hoy se concentran las situaciones más graves, lo que, sumado al esfuerzo de contención de la cuarentena, y el aumento del número de personas que hayan superado la enfermedad y desarrollado anticuerpos, podría llevar a una reducción muy significativa de la propagación de la epidemia. De esa forma, el verano podría suponer el final efectivo de la enfermedad en el hemisferio norte, aunque el coronavirus seguiría haciendo estragos en el sur, y quizá volvería a partir de octubre en el norte, hasta que se disponga una vacuna que pueda utilizarse masivamente. La cuestión es seguir ganando tiempo hasta entonces, y el calor nos ayudará a hacerlo.