Ángel Víctor Torres cerró ayer la crisis de la Consejería de Sanidad, que había llegado a infectar la gestión de la crisis sanitaria más grave de la historia reciente de las islas. Después de semanas resistiéndose a tomar una decisión que le incomodaba y que le habían pedido desde el sector público sanitario, una oposición dispuesta a colaborar, miembros del Gobierno y sus principales aliados en su propio partido, Torres encontró la excusa perfecta para liquidar el cese de Teresa Cruz Oval, cantado desde hace semanas, gracias a unas declaraciones inauditas de la todavía consejera, publicadas ayer por este periódico: en ellas, Cruz se disparó un tiro en su propio pie, con un discurso que revela sin pudor alguno que su principal preocupación en esa etapa terrible a la que se enfrenta el sistema sanitario es que quedara claro que es ella y solo ella quien manda en la Consejería. El problema es que -a pesar de ese impudor pornográfico para describirse a sí misma como única mandamás- Teresa Cruz no mandaba ayer ya una higa. Resulta asombroso que no se percatara de su soledad en el Gobierno: nada más llegar hizo machuca y limpia de muchos de los mejores profesionales de la Consejería, profesionales no comprometidos políticamente, que han trabajado bajo la dirección de Coalición, del PP y del PSOE. Eso provocó un gran malestar interno? porque no fueron algunos cambios, fue el vaciado de todo el organigrama, primando la fidelidad política a la cualificación profesional o el conocimiento de un sistema extraordinariamente complejo. Tuvo después que ser asistida por Torres en su enfrentamiento laboral con los sindicatos, forzándolo a una innecesaria exposición en un asunto de índole interior. Sus decisiones la enfrentaron a todos sus apoyos dentro del Gobierno, incluyendo a Julio Pérez, que intentó ejercer de mentor durante sus primeros meses en la Consejería, pero también a Chano Franquis, o a Román Rodríguez, quizá el político en el Gobierno que mejor conoce los intríngulis de la sanidad regional. Y desde el inicio de la crisis del coronavirus, se mantuvo instalada en sus prejuicios ideológicos, sin entender la importancia de lo que se estaba liando.

Es sorprendente que no reaccionara, a pesar de todos los avisos recibidos: Teresa Cruz es una mujer con años de vuelo en política, aunque con nula experiencia en gestión sanitaria. Su vínculo con el sector fue presidir la Comisión de Sanidad del Parlamento regional durante la pasada legislatura, pero su papel era más de árbitro en los debates que otra cosa. Su bisoñez quedó probada ya con su inicial política de nombramientos para ocupar los cargos intermedios en la Consejería, resueltos desde una innecesaria vocación revanchista. O en su trato a los representantes de los trabajadores sanitarios, obsesionada en demostrar su control de los entresijos internos de la consejería. O, sobre todo, en el desorden en la gestión diaria de los hospitales y centros. Torres tuvo que intervenir personalmente en varias ocasiones para hacer frente al cúmulo de errores de visión y juicio de una consejera que llegó al puesto de rebote, tras fracasar en su intención de ser presidenta del Parlamento -el puesto que se le había ofrecido-, y que sobrevivió malamente durante este año gracias a la presión de los socialistas tinerfeños que habían apostado por ella.

Su sustitución provisional por Julio Pérez es una magnífica noticia: Pérez, uno de los consejeros clave en el Gobierno, ya fue consejero de Sanidad, y es un político con experiencia, talante y probada capacidad organizativa. Cuenta con Conrado Domínguez para hacer frente a una situación que comienza a rozar lo insostenible. Ahora, todos los esfuerzos tienen que centrarse en frenar la epidemia y salvar vidas.