El 11 de septiembre de 2001, unos terroristas islámicos secuestraron varios aviones en pleno vuelo y los estamparon contra las torres gemelas, en Nueva York. Y el mundo, a partir de entonces, ya no fue el mismo. Hay acontecimientos que nos marcan y que transforman la realidad posterior. La pandemia del Covid-19 es un serio aspirante a convertirse en algo capaz de cambiar el mundo que conocemos. Sus efectos sobre el comercio internacional y las economías de los países pueden ser demoledores. Y eso sin contar las cicatrices irreparables de miles de víctimas que dejarán en los países con sistemas públicos de salud más débiles.

Entre los cascotes humeantes del World Trade Center y los miles de vidas perdidas se pergeñó una fascinante campaña política. El alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, se convirtió en el representante legítimo de los héroes del 11-S: los bomberos y policías de la ciudad. Los medios de comunicación los transformaron en los personajes del momento a través de imágenes, entrevistas y relatos. Y el país entero se olvidó de preguntarse por los muchos fallos que se habían cometido o por la ineptitud de los servicios secretos de la primera potencia del mundo. Todo el dolor y la rabia se convirtieron en motor del orgullo nacional.

Con el caso del coronavirus, alguien inteligente debió pensar en aplicar el mismo mecanismo. ¿De qué manera se puede superar el que llegáramos tan tarde a la conciencia de que estábamos ante una crisis sanitaria global? ¿Cómo hacer olvidar que hayamos valorado al Covid-19 como algo sin importancia y nos veamos luego obligados a encerrar a todo el mundo en sus casas? Surge entonces una campaña "espontánea" en las redes sociales para que los vecinos aplaudan desde balcones y ventanas el papel de los héroes de esta crisis, que es el personal sanitario. ¿Y quién va a negar que eso es cierto? Pues, naturalmente, nadie. Porque todos, cuando estamos enfermos, ponemos en valor el trabajo de las personas que cuidan de nuestra salud.

Y hete aquí que hasta con el apoyo de los medios de comunicación más conservadores, un Gobierno de izquierdas consigue impulsar una campaña que apela al orgullo nacional, a la responsabilidad de los ciudadanos que se quedan en sus casas para luchar contra un virus y que fomenta el espíritu de unidad frente al peligro común: juntos conseguiremos vencer. Un lenguaje bélico que en este caso es procedente contra el siniestro enemigo biológico.

Pero al perfecto plan de imagen le falló lo más elemental. Ponerte detrás de unos héroes es estupendo, siempre y cuando no se den la vuelta y te dejen en evidencia. Que es justamente lo que ha ocurrido. Al personal de los servicios sanitarios se le acabó la paciencia esperando por un material de protección que aún no ha llegado. La campaña heroica ha terminado haciendo aguas porque sus principales protagonistas le han puesto al Gobierno la cara como un tomate: el que exige, por ley, seguridad en el trabajo privado es incapaz de dársela a sus trabajadores públicos.