Nadie nos había preparado para esto. Por eso recibimos con una mezcla de preocupación, asombro, incertidumbre y también cierta incredulidad la noticia de que debíamos quedarnos en nuestras casas, que no se podía salir, que la única manera de tratar de controlar una pandemia que está poniendo en jaque al mundo era recluyéndonos.

Creo que, a medida que avanzan los días, vamos siendo más conscientes de la gravedad de la situación, de la excepcionalidad, de que este mes de marzo del 2020 pasará, sin duda, a la Historia como el mes en el que Europa (y casi me atrevería a decir el mundo) tuvo que cambiar su sistema de valores.

Podría hablar de quienes aún son inconscientes, insolidarios y, perdón por la expresión, tremendamente estúpidos por salir de sus casas sin necesidad o sin obligación. Las medidas que se han tomado tienen tal magnitud, tal coste humano, económico y social que no cumplirlas me parece de un egoísmo y una estupidez tremendas.

Pero no me ocuparé de esas personas, entre otras cosas, porque creo que son minoría y no merecen más mención que la que ya he hecho. Toca hablar del lado bueno de las cosas, que, aunque no lo parezca, también existe.

Quédate en casa fue (y es) la consigna, así que hubo personas que empezaron a pensar cómo ayudar a quienes no la tenían o a quienes estaban en situaciones más complicadas que necesitaban que alguien les hiciera la compra, les ayudara con recados o, simplemente, les hiciera compañía con una simple llamada. La movilización de comunidades de vecinos, de asociaciones, fundaciones, de tantas y tantas personas que están ayudando, es reflejo de cuánto bueno hay en juego cuando la cosas son, de verdad, complicadas e inciertas.

Tal vez por eso salimos a la ventana a aplaudir a los servicios sanitarios, a quienes trabajan, del modo que sea, en los servicios que se mantienen para que, quienes tenemos el privilegio de estar en nuestras casas, podamos seguir con una vida "normal". Ese aplauso colectivo es una manera de conectar, de sentirse en unión con quienes no conocemos porque nos hace más fuertes y cada día más gente se suma y cada día se oye más fuerte.

Para quienes nos dedicamos a la educación creo que estos son unos momentos de oportunidad máxima para replantearnos nuestra manera de enseñar, de evaluar y de ver nuevas estrategias con las que el alumnado también aprende (y mucho). Todo lo que voy viendo o sabiendo de otros compañeros y compañeras supone un grado total de entrega, de compromiso con el alumnado? En definitiva, de una profesionalidad total que creo que está más que a la altura de las circunstancias. Puede que este momento sirva también para que la profesión docente se valore más en nuestra sociedad y para que el profesorado asuma que trabajar en red es clave en este siglo XXI. Estos días me han llegado materiales de todo tipo para ver, compartir, aprender?, nunca tantos y cargados de tanta generosidad.

Sé que lo que está por venir será duro y muy complicado, que quienes más podamos tendremos que ayudar a quienes menos pueden, pero todo lo que estamos viviendo estos días, me hace creer que podremos. Tal vez soy una ingenua, pero, en estos momentos, quiero ver el lado bueno de las cosas, sobre todo por tanta gente buena que merece ser visibilizada cuando los tiempos son oscuros.

Este es un tiempo para reescribirnos como personas, como sociedad. Quiero pensar que así lo haremos.