Las procesiones de la Semana Santa, el sonido de las bandas de música y el ritmo de las cornetas y los tambores, el olor a incienso en nuestras frías calles bajo la primera luna llena de la primavera de todos los años, y el paso sereno y serio de hermandades y cofradías, las luces, las velas y, al fondo, una imagen representativa de algún momento del itinerario de pasión sufrida por Jesús en Jerusalén hace veinte siglos..., este año no las vamos a ver. Se han suspendido las procesiones y los actos públicos con ocasión de la Semana Santa. Y es lo que se debe hacer: evitar eventos que disparen posi-bles contagios del Covid-19, que nos amenaza con su presencia. Se han suprimido las procesiones de la Semana Santa.

Pero lo que es imposible prohibir es la Semana Santa. Incluso aunque no podamos acudir a los templos a las celebraciones la Semana Santa será un hecho inevitable. Puede hacer buen tiempo o mal tiempo, pero que siempre será es el paso del tiempo. No podemos parar el avance del reloj y por eso, aún encerrados en casa y amenazados por el posible contagio, la semana que acaba en el domingo posterior a la primera luna llena de la primavera llegará y la consideraremos "santa" porque nos evoca la victoria de Jesús sobre la muerte y el pecado. Habrá, sea como sea, Semana Santa en 2020.

Lo que tiene de santa esa semana es su condición evocadora. Porque es un tiempo para volver a reconocer que la víctima termina triunfando y que el mal no tiene futuro. Un tiempo para hacer sentar en el tribunal de justicia nuestra verdad personal y escuchar la sentencia exculpatoria que nos libera de la culpa mortal. Un tiempo para el alma, para ese motor de nuestro mundo interior que puede respirar o puede habitar la asfixia del insolidario aislamiento. A eso se llama santidad. Una vida sembrada en amistad personal con el autor de lo real y amoroso protector de cuando existe. Una vida en comunión con los otros y con el Otro. Y para esta realidad interior, hemos de preparar otros pasos, otras imágenes, otros monumentos, otros inciensos y otros sonidos.

Les anuncio, intentando poner voz de sereno, con toda seguridad y plena claridad que, aunque permanezcan cerrados los templos, aunque nadie pueda poner un pie en la calle, aún en medio del saludable aislamiento social como terapia preventiva en este tiempo de emergencia sanitaria, este año celebraremos la mejor de las semanas santas posibles. La Semana Santa de nuestra bicentenaria historia diocesana será inolvidable. Nunca nadie pudo tener la dicha de adentrarse en el misterio de la Pasión del Señor como los fieles cristianos que pudieron celebrar el año 2020 la Semana mayor.

Y lo digo en serio.

* Delegado de Cáritas Diocesana de Tenerife