La mayor parte de los países que hoy se enfrentan a la pandemia han optado por reaccionar con medidas de confinamiento de sus poblaciones. Pero la experiencia de los primeros que sufrieron la enfermedad demuestra meridianamente que el aislamiento social no basta para detener el coronavirus, es también necesario detectar todos los casos y romper las cadenas de trasmisión. Italia y España -segundo y tercer país del mundo con mayor número de casos activos, por delante de Irán o EEUU- no reaccionaron a tiempo y se vieron desbordados por los acontecimientos. Actuando tarde y mal. No se trata de buscar responsabilidades concretas: en ningún país del mundo, ni siquiera en Corea o Alemania, que suelen ponerse de ejemplo, las cosas han salido perfectas. Aquí nadie lo ha hecho del todo bien, y ahora se hace lo que se puede: sometidos a la urgencia de actuar para salvar todas las vidas posibles, España se ha concentrado en mantener el confinamiento para evitar el colapso hospitalario, y en tratar al mayor número de pacientes graves. Si las decisiones se hubieran adoptado hace un mes, probablemente habría bastado con poner en cuarentena a la población de mayor riesgo, y hacer la mayor cantidad de test posibles, para romper las cadenas de infección. En epidemiología, como en economía, es fácil decir lo que se debería haber hecho después de que los acontecimientos hayan pasado. Pero la situación a la que hay que enfrentarse es la que hay hoy.

Y esa situación es que en España, con 30.000 diagnósticos, muchos de ellos graves, es perfectamente probable que haya alrededor de un cuarto de millón de infectados ocultos. Es sobre ellos sobre los que hay que calcular la letalidad real de esta enfermedad, que los más optimistas consideran levemente inferior al uno por ciento. Pero eso significa que incluso siendo la mortalidad 'solo' del uno por ciento, en España -con los infectados actuales- nos vamos a enfrentar a entre 3.000 y 6.000 muertes antes de que concluyan las tres semanas de estado de alerta, y eso si es que logramos alcanzar el pico real de contagios -en tormo a medio millón- ya a finales de esta semana que hoy comienza. Son más muertes de las que ha sufrido China, con cerca de 1.400 millones de habitantes, pero más o menos las mismas que provocó la gripe de 2018 en nuestro país. Ese, ya digo, es el escenario optimista, un escenario que permitiría comenzar a levantar gradualmente algunas de las medidas de confinamiento a mediados del mes de mayo, y encontrarnos en una situación similar a la que hoy existe en China hacia finales de junio, principios de julio.

Ese escenario optimista presenta también problemas, y el más grave es que el confinamiento habrá impedido que la inmensa mayoría de los españoles sanos -los que sobrevivirían a una infección masiva- generen anticuerpos para frenar una segunda exposición estacional -si esta se produce- a partir del próximo invierno. Esto va a durar?

Durante dos semanas más, las cifras seguirán creciendo: por su propia evolución y porque aumentarán los test y con ellos los casos diagnosticados. Disminuirá así el porcentaje de letalidad, aunque no el número de muertos. Dentro de tres o cuatro semanas, es posible que las cosas comiencen a mejorar. Pero la normalidad tardará en llegar: dependerá de que la enfermedad se convierta o no en estacional, de que tengamos vacuna para todo el planeta, y de cómo haya resistido la economía? La cuestión es que esto no se va a parar de ninguna manera en un mes. Eso es mentira. Hay que armarse de paciencia. Y aprender a convivir con la situación. Porque tenemos para rato?