La Unión Deportiva Las Palmas, de la que soy tan devoto como del Club Deportivo Tenerife, tuvo dos fortunas, aparte de algunos futbolistas legendarios. Una de esas suertes fue Pascual Calabuig, valenciano de raíz que murió en su tierra canaria esta última semana, a los 95 años. Los que amamos el fútbol, y sobre todo tenemos una vieja afición a los nombres de la cantera insular, tan maltratada por directivas insensatas o poco proclives al pensamiento, sentimos como inolvidables aquellos años en que los dos equipos primeros del fútbol insular salieron a flote, y con brillantez, en esas épocas en que los futbolistas criados en nuestros campitos se hicieron con el santo y la seña de un fútbol que llegó a tener un sello propio.

Intérpretes de ese sello, y de esa exigencia, fueron, sobre todo en Gran Canaria, Pascual Calabuig y Antonio Lemus. En Tenerife teníamos a Tinerfe y a Álvaro Castañeda, que en EL DÍA y en Jornada Deportiva estimulaban también el fútbol de carácter local o regional que iba a nutrir ese de mayor categoría. Antes que todos ellos, hubo en Tenerife, un nombre propio muy singular, el de Minik, cronista del fútbol insular que luego sería el más preclaro de nuestros críticos literarios, Domingo Pérez Minik. Y aún otro, de enorme potencia metafórica, como hombre culto que era. Fue don Julio Fernández, administrador de EL DÍA y, a la vez, director de un periódico curioso, Aire Libre, que alternaba el fútbol, sobre todo, con la poesía y las variedades y que se publicaba los lunes.

En aquel entonces las emisoras de radio eran las transmisoras de lo que ocurría en el campo de juego, y los muchachos que creíamos que el fútbol iba a ser, de un modo u otro, nuestro porvenir o nuestra alegría, escuchábamos por las tardes todas las novedades que ocurrían en tan reiterativo como eficaz lenitivo del aburrimiento. Por razones de la electricidad de las ondas, en mi casa se escuchaba mejor la radio que venía de Gran Canaria que la que venía de Santa Cruz y la Península, sobre todo de Barcelona. Ese azar radioeléctrico me llevó a descubrir, muy pronto, a Pascual Calabuig, que para mi pasó a ser el campeón de la radio? y del fútbol. Aunque quizá en esos tiempos no podía en ningún caso explicarlo así, sí me atrevo a decir ahora lo que quizá me atrajo de manera decisiva de aquel maestro de la radio deportiva.

Pascual Calabuig era un hombre de varias culturas; había nacido en tiempos difíciles, y muy difícil fueron su infancia y su adolescencia. Por algún lado de su personalidad naciente se colaron la poesía y la novela (que ejerció, aunque en formato radiofónico), así que se le impuso una sintaxis exigente, muy superior a la que dominaba entonces en la crónica deportiva clásica. Sus comentarios de mediodía en Radio las Palmas, que eran los que yo alcanzaba desde mi casa junto a un barranco del Puerto de la Cruz, eran exactas, obligaban a atender no sólo los hechos sino el lenguaje, y contenían análisis que no admitían bromas ni sobornos.

Su expresión final, que tanto éxito le dio a sus comentarios, "¡Pues no faltaba más!", era una incitación a la audiencia, un modo de decir "¡amigos, no se duerman!" En aquel entonces, cuando la sociedad, toda la sociedad, conspiraba para que la gente se adormeciera, por las tardes y a cualquier hora, el compromiso de este valenciano criado en el momento más grave de la historia de su región y de España era una señal que le salía del alma.

Entre los otros maestros que he citado como antecedentes históricos de la crónica futbolística canaria la presencia de Calabuig, pues, fue la primera, en mi conciencia y en mis oídos. Como el Capitán Trueno o como Ladislao Kubala o Alfredo Di Stéfano, su nombre fue parte de ese álbum de cromos imaginarios de mis héroes. Y, seguramente, fue el que me llevó por el derrotero al que atendí: la crónica de fútbol, a la que siempre he sido fiel como periodista, desde hace 58 años. Empecé muy pronto, de juvenil casi, en el oficio. Y un día la UD Las Palmas tuvo la buena ocurrencia (que no imitaban otros equipos nacionales) de venir a jugar a mi pueblo, cuando yo ya era un cronista con su libretita. Ahí, en el Peñón del Puerto de la Cruz, me encontré con don Pascual Calabuig, y le hice una entrevista que él atendió con una emocionante generosidad de la que jamás me he olvidado. Cuando nos veíamos, en los años siguientes, hasta fecha muy reciente, él tenía la gentileza de decir que también se acordaba de aquella entrevista bisoña.

Fue un maestro de la dicción, de las palabras bien dichas; un defensor del fútbol tal como lo queríamos, una combinación de ambición y cantera, y defendió un periodismo culto, bien dicho, que defendiera lo propio y mirara hacia fuera, para aprender más, para saber mejor. Nació en El Cabanyal, que es como Las Canteras de Valencia, y tuvo su última residencia en una playa de Lanzarote. En mi memoria ha vivido siempre, pues no faltaba más, como el maestro que simuló sentir que yo también era capaz de ser periodista.