Con toda seguridad, si hiciéramos ahora un análisis sobre la frecuencia de uso de las palabras, la palma se la llevaría la voz coronavirus: está presente en gran parte de los artículos e informaciones de la prensa, la radio y la televisión, y pasa de boca en boca, con la misma rapidez con que se propaga el fastidioso bichito, que tantos perjuicios está ocasionando en nuestra salud, física y mental, en nuestra economía y en nuestras relaciones sociales. Pero no solo llama la atención su elevado grado de repetición, sino su extraordinaria extensión (la propia palabra coronavirus) en amplias zonas del planeta. Y estas dos circunstancias -su frecuencia de uso y su extensión territorial- son razones para que nos hagamos algunas reflexiones lingüísticas, que podrían ser, además, motivos colaterales para orientar nuestra atención, por unos momentos, en una dirección menos patológica.

Y lo hago, porque una persona, conocedora de mi dedicación a disciplinas relacionadas con el mundo de las palabras, me ha planteado algunas cuestiones que también han despertado mi propio interés. ¿Cómo es que la palabra coronavirus -me pregunta- no está en el diccionario? ¿Cuál es su etimología? ¿Es coronavirus una palabra del español o se trata de la traducción de otra lengua?

Aprovecharé la primera pregunta para tratar de deshacer un viejo prejuicio: las palabras no existen porque estén en el diccionario, sino que es su propia existencia lo que les da el "derecho" de ocupar un lugar en los repertorios léxicos. Quiero decir que hay un buen número de palabras que tienen la existencia más que justificada, que no es otra que su propio uso, pero que no han sido recogidas en los diccionarios, y he dicho bien, "en los diccionarios", porque diccionarios hay muchos; además del de la Real Academia Española, es de un enorme valor el Diccionario de uso del español, de María Moliner; el Diccionario del español actual, dirigido por Manuel Seco, y otros de menor extensión pero de una innegable utilidad, como el Clave, Diccionario de uso del español actual, que dirigió mi querida colega Concepción Maldonado y en cuya elaboración algo he tenido que ver. Esto sin contar con otro tipo de repertorios más específicos, como los ideológicos, los de sinónimos, los dialectales (el Diccionario básico de canarismos, de la Academia Canaria de la Lengua, es un buen ejemplo), y otros más con diferentes finalidades, como los diccionarios terminológicos, en los que se registran las palabras de distintas disciplinas cuya presencia no se justifica en los diccionarios generales o de uso; así, los hay que registran la terminología lingüística, de las disciplinas jurídicas, de las ciencias de la información o de las voces del ámbito biomédico, diccionario, este último, en el que, con toda seguridad, encontraríamos coronavirus. De modo que mucho hay que indagar antes de afirmar que una palabra no está en el diccionario (¿en qué diccionario?, preguntaría yo), y, si existe, porque la usamos, y no está registrada en LOS diccionarios, ¿no podríamos atribuir esta ausencia a un lamentable olvido de los redactores, antes de decir esa tontería de que la voz en cuestión no existe o no se puede utilizar porque no está en el diccionario? Muchos ejemplos podría proporcionar de estas palabras "indocumentadas", y de otras que no deberían estar en los diccionarios, porque, en realidad, no se usan y nunca existieron. En cualquier caso, a estas alturas, poca información adicional podrían darnos los diccionarios sobre este patógeno, tan peligrosamente familiar, y que en su última versión se le conoce, más apropiadamente, como COVID-19.

También a mí, como a mi interesado consultante, me despertó la curiosidad el origen de la voz (siempre suscita interés la etimología de las palabras, aunque no siempre sea sencillo dilucidarla); y he de confesar que, inicialmente, estuve muy errado cuando intenté darle un sentido que asociaba la enfermedad del coronavirus con alguna dolencia de tipo cardiaco, debido, sin duda, a la inmediata relación que creí que tendría con las enfermedades coronarias, relacionadas siempre con el corazón, como lo están las propias arterias coronarias. Y no se me había ocurrido la posibilidad de que a dichas arterias se las calificara así por una relación metafórica, puesto que rodean al corazón a modo de corona (recordemos que la metáfora consiste en utilizar un término por otro basándose en la semejanza de las realidades designadas). La palabra proviene, como es fácil deducir, del resultado de la unión de la voz latina corona (corona-ae, 'corona', 'diadema', 'halo') y del también latino virus, recurso este, el de tomar voces de las lenguas clásicas, para denominaciones científicas; así se configura la voz coronavirus, aprovechando la metafórica asociación: 'virus con forma de corona', que no con el sentido que pueda tener corona con la institución monárquica (asociación que en estos momentos, y por paronomasia [corina-corona], resultaría muy fácil establecer), sino con el de 'halo', pues el virus, al microscopio, tiene cierto parecido con la corona solar.

Y hablando de términos científicos prosiguió nuestra conversación. Tratamos de precisar los conceptos de epidemia y pandemia, y los de letalidad, mortalidad y morbilidad. Mas no le satisfizo a mi interlocutor la razón que le di para justificar por qué una cuarentena, además de 'conjunto de cuarenta unidades', puede hacer referencia también al aislamiento preventivo a que se somete durante un periodo de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales', ya sean cuarenta días, dos semanas, tres meses o el tiempo que se estipule necesario. He aquí un buen ejemplo de una de las razones del cambio semántico, y prueba también de por qué a veces no vale el estricto criterio etimológico para justificar el significado de una palabra, criterio tantas veces aducido no muy acertadamente por algunos puristas. Mas no se habría producido esta situación de polisemia de la voz cuarentena, que puede dar lugar a equívocos, si no fuera por que alguien se ha apropiado (políticos y periodistas) de la más precisa expresión que definiría inequívocamente esta situación que ahora estamos padeciendo: cordón sanitario, pues su uso más frecuente, hoy, es el que hace referencia a los intentos de prevenir la expansión de una ideología que se considera indeseada o peligrosa.

Voy a concluir estas reflexiones filológicas con mi modesto homenaje a los héroes, a todas esas personas que realizan acciones abnegadas en beneficio de causas nobles (y parafraseo la primera acepción de la voz héroe en el diccionario académico), porque hasta ahora solo se aplaudía la "heroicidad" de quienes realizaban determinadas "hazañas", no relacionadas precisamente con causas nobles ni mucho menos abnegadas ni altruistas. Como las que realizan ciertos futbolistas, por ejemplo; y discúlpeseme la generalización, pues general fue la justificación que hace unos pocos días escuché en una entrevista a un reputado comentarista, antes jugador, que ante la pregunta de si no le parecía exagerado el sueldo de los futbolistas, respondió: "Pues no, no me parece exagerado lo que ganan, pues ellos son los que lo generan". En realidad, lo genera el espectáculo del que son sus protagonistas, porque también cabe la posibilidad de que esas enormes cantidades de dinero se repartieran de manera más solidaria, más equitativa, y no se concentrasen en sueldos "supermegamillonarios" (y me salió este jergal superlativo, porque, en realidad, millonario, a secas, es un adjetivo muy desgastado en el ámbito futbolero). Se podría, propongo, rebajar el precio de las entradas al espectáculo, si es que admitimos su necesidad, puesto que muchos lo demandan; o que los profesionales contribuyeran al fisco en la debida proporción. ¿Qué haría, señor supermegamillonario, si no hubiera habido un abnegado especialista en neurología que lo explorara, diagnosticara y tratara tras la contusión ocasionada por el cabezazo que le propinó su otro colega supermegamillonario? ¿Se ha preguntado qué hubiera sido de su fulgurante carrera si no hubiera contado con el especialista (que no es súper ni mega) que lo trató de su lesión en el ligamento cruzado? El problema, y la suerte para usted, es que estos profesionales no le ponen precio, sino amor, a la labor que realizan, labor que, al parecer, no genera estos disparatados beneficios, ni por la que reciben aplausos. (Sugiero que se interprete lo expuesto metonímicamente (la parte por el todo), y se extrapole a cualquier otra situación laboral o profesional a la que estos ejemplos pudieran asimilarse).

Ahora, por fin, sí. El personal sanitario, en medio de esta crisis, está recibiendo, desde los balcones y ventanas de todos los pueblos y ciudades, los más cariñosos aplausos, los que no se otorgan por goles, por encestes o por sets, sino por su entrega y sacrificio, por poner al servicio de todos no una física habilidad sino el saber y la competencia conseguidos tras una larga, ¡larguísima!, formación teórica y práctica. Y le ruego, señor supermegamillonario, que no hiera usted mis sentimientos, desde la pantalla del televisor, con sus recomendaciones instándome con artificiales eslóganes, desde sus fastuosos casoplones, con extensos jardines y amplias estancias en que disfruta de la cuarentena, a que me quede en casa, porque también usted permanece en ella (en la suya, claro). Solo le pido (le pedimos) que no evada, que contribuya, y que, si lo tiene a bien, done parte de los excedentes de sus pingües beneficios; pero, por favor, no a cambio de esparcir sus COVID-19 manoseando todo lo que encuentre por delante, como ya hizo otro "héroe" supermegamillonario de la NBA.

Y este es mi modesto homenaje a los héroes, a los verdaderos héroes, a todo el personal sanitario, por su entrega, por los riesgos que conlleva su dedicación, que conozco muy bien, ya que tengo la inmensa fortuna de convivir con dos de ellos en quienes veo reflejadas las virtudes de todo el colectivo. Gracias, Sagrario; gracias, Alberto; permítaseme por esta vez, la particularización. Muchas gracias a todos.