Estuve a punto de suspender el segundo paseo perruno, el de la tarde, por la llovizna y un principio de ciática, pero la desesperación del chucho me llevó a compasión. Cada vez se ve menos gente por la calle, en efecto, y a partir de las ocho no se encuentra un alma. Pero siguen aumentando exponencialmente los infectados y ya se superan los 1.000 muertos. Los chinos insisten en que lo estamos haciendo mal. Hay que encerrarse del todo. Emparedar todas las oficinas y talleres, suspender el transporte público, imponer el toque de queda y que el ejército lleve la comida a las viviendas. Solo así, en un mes y medio, dos, caerá la curva del contagio. Por el momento el enchinamiento todavía se antoja una locura para a sociedad española. Pero de Madrid llegan rumores. Mientras el perro disfruta con el perfume de las meadas de sus congéneres me los comunica un compañero de la Villa y Corte. El Gobierno central esperará hasta el lunes o el martes para comprobar si el incremento de los contagios se ralentiza o no. En caso negativo el estado de alarma se endurecerá.

Ahora se entiende que Iglesias no forme parte del entramado ministerial de emergencia. Necesita tiempo para ruedas de prensa en cuarentena en las que mostrar su extrañeza ante los buenos sentimientos de ministros que no son de su partido. Lleva mucho tiempo demostrando que la astucia estratégica y la rapidez táctica como político es perfectamente compatible con la imbecilidad moral. No merece la pena hablar de esto. Es penoso. ¿Y por qué meten ahora a los jefes militares a comparecer ante los medios? Ni es su puñetero trabajo ni les debe sobrar un minuto de tiempo. No cabe descartar el estado de emergencia: el último cartucho para apuntalar la contención vírica y el primer instrumento para reprimir desórdenes y protestas que es difícil que se terminen produciendo. Estamos a punto de dejar la política atrás, por más que dirigentes y partidos continúen aprovechándose obscenamente de esta situación arrojándose insultos e improperios. La amenaza existencial es ya tan obvia que desplaza cualquier futuro. Todos los gobiernos han visto trituradas sus estrategias, agendas y compromisos electorales. Todos los gobiernos son gobiernos en funciones con un único objetivo: alcanzar un equilibrio milagroso entre salvar vidas sin que implosione la sanidad pública, evitar el hundimiento económico y mantener cierta cohesión social. En Canarias no habrá renta básica. No habrá ley de Cambio Climático. No habrá un desarrollo estatutario sustancial. La hecatombe económica será aquí particularmente brutal e incontenible. El Ejecutivo de Ángel Víctor Torres solo podrá ocuparse en combatir la crisis sanitaria y evitar el colapso social. Esta mañana me lo comentaba un alto cargo : "Mira, si evitamos retroceder económicamente treinta años, deberíamos estar contentos".

De repente me distraen los aplausos del final de la tarde. Por un momento no se dedican al personal sanitario. Un chico en bicicleta, subempleado por una de esas inmundas empresas que distribuyen cualquier cosa a domicilio, recibe el reconocimiento de los vecinos. Pero a mitad de la calle se detiene para entregar la pizza ante la estupefacción de algunos. Cuando baja y se marcha el cliente sale al balconcito y también le aplaude. Una propina.