Me acordaba de las familias sirias sorteando la lluvia de obuses, con aquel padre que finge ante su hija que las bombas son un juego. Desde el 1 de diciembre de 2019, casi un millón de personas se han visto obligadas a huir de sus hogares por los bombardeos y el fuego de artillería en la gobernación de Idlib, en el noroeste de Siria. Me acordaba del mar de casetas blancas de Acnur en el centro de recepción del campo de refugiados de Imvepi, en Uganda. Un pueblo castigado por una maldita guerra y sus canallas, de esas que no nos importan tanto. Me acordaba del conflicto bélico en Yemen, una de las peores crisis humanitarias del planeta, con el 53% de la población que no tiene apenas qué comer, mientras en la cómoda reclusión europea como consecuencia del coronavirus, algunos egoístas hacen acopio ingente y desmesurado de alimentos dejando las estanterías de los supermercados vacías. Me acordaba ahora, asomado al balcón y viendo a los niños jugando alegremente en sus terrazas, que el conflicto en Irak entre grupos armados y las fuerzas gubernamentales ha generado, solo en el pasado año, 1,8 millones de desplazados internos en el país, de los cuales el 53% de los desplazados son niños. Sí, niños, como los tuyos y los míos. Ahora, solo ponte en su lugar cuando levantes los muros con tu voto. Me acordaba de Birmania, donde las autoridades militares siguen perpetrando ataques continuos contra la comunidad Roghinyá en el Estado de Rakhin. Los asesinatos indiscriminados y la quema de aldeas han obligado a más de un millón de personas a abandonar el país en lo que se considera una verdadera limpieza étnica. Mientras en nuestro dulce confinamiento cantamos en los balcones y aplaudimos la enorme labor de los sanitarios en la crisis del coronavirus, me acordaba de las guerras olvidadas. De la violencia en la República Democrática del Congo y la República Centroafricana o la presencia del grupo islamista Al-Shabab en Somalia, conflictos que quedan relegados a un segundo plano. Y no tan lejos de aquí, me acordaba ahora de las terribles condiciones de vida en los campos hacinados de Moria, donde aumenta el riesgo de propagación de un brote de coronavirus (Covid-19) que hará difícil su contención tras el primer caso confirmado en Lesbos. En 34 de los 102 países afectados hay poblaciones de más de 20.000 personas refugiadas en riesgo de contagio del coronavirus, según Acnur. Nadie se acuerda de los campos de las islas griegas del Egeo. "La realidad que veo en Moria hace que me avergüence de ser europea", decía Ana, una cooperante en Lesbos. Me acordaba de la llegada del coronavirus a Centroamérica, a los pobres de Guatemala y El Salvador. Ya no se respetan las clases sociales, sobre todo cuando asistimos a un hecho insólito, que no es otro que ver a los ultraliberales abrazar el intervencionismo del Estado. Para eso sí. Me acordaba del periodista Mamane Kaka Touda, quien hace unos días publicó en Facebook información sobre un presunto caso de infección de coronavirus en Níger. La policía lo detuvo en su casa ese mismo día. Ahora está acusado de "difundir datos que tienden a alterar el orden público". El Ministerio de Salud del país africano confirmó con posterioridad este caso. Me acuerdo ahora que podemos, que entre todos, y con la solidaridad que nos caracteriza, daremos ejemplo y seguiremos en casa, protegiendo a los nuestros y a los otros.