Por primera vez me ha detenido un policía. Un agente joven y espigado que, muy amablemente, me ha preguntado por la dirección de mi domicilio. Mi perro (quiero decir: el amo al que alimento, distraigo, vacuno, lavo y recojo los moñigos) es un Shih tzu, una raza proveniente de China (glub), a los que se reconoce energía, buen humor y talante cariñosón. Cuando le hablas ladea la cabeza y te mira fijamente; por supuesto, no te está prestando puñetera atención, sino buscando la tuya. Es lo que hizo con el policía. Se sentó en la acera y pareció escrutar al agente moviendo lentamente la cola. Le facilité mi dirección al policía, e incluso hice ademán de mostrarle el DNI, pero mi venerable aspecto bastó, sin duda, para ganarme su confianza. "Es que hay gente que con el pretexto de sacar al perro recorre dos, tres o cuatro kilómetros para ver a un familiar o un amigo". "¿Todavía hay gente que hace cuatro kilómetros para encontrarse con un amigo?", le pregunto asombrado al joven, pero suficientemente preparado representante del (des)orden establecido. "Y para comprarse según qué cosas también", me responde, y agrega: "Que tenga usted buenos días".

Camino lentamente por la Rambla. Lo mismo. Un poquito menos de gente que ayer, pero mucha gente todavía para un país en confinamiento. Quizás la peña tenga más prisa, sonría menos, eluda con más presteza al transeúnte que se le acerca demasiado. Las medidas económicas decretadas están entre lo obligatorio -económicamente- y lo insuficiente -socialmente-. De los 200.000 millones anunciados ("el 20% del PIB") solo 117.000 serán públicos, los otros 83.000 "se esperan" que sean de aportación privada a través de una línea de avales y garantías públicas de hasta 100.000 millones para movilizar la financiación bancaria. También hay una línea adicional de avales de 2.000 millones por el Instituto de Crédito Oficial para pequeñas y medianas empresas exportadoras, 600 millones para las comunidades autónomas, autorización para que los ayuntamientos utilicen el superávit, moratoria parcial para el pago de hipotecas, agilización de los ERTE, compromiso de pagar el subsidio de desempleo de los despedidos, aunque no hubieran cotizado el tiempo suficiente y exoneración de las cuotas a la Seguridad Social, rebaja de la base reguladora de los autónomos, que se evitarían pagar las cuotas a la Seguridad Social, blindaje a empresas españolas en sectores estratégicos para que no sean adquiridas por entidades de fuera de la UE. Antes se había abierto un crédito extraordinario de 1.000 millones para los sistemas sanitarios públicos. A partir de ahí el Gobierno -dicen los agoreros menos catastrofistas- no puede hacer mucho más sin peligro de derrapar financieramente: cosas derivadas de acumular una deuda pública del 98% del PIB anual. La respuesta -una respuesta coordinada, rotunda, solidaria e inteligente- está en Europa, en las instituciones de la Unión Europea, en la movilización racional, unitaria y cooperativa de sus enormes recursos financieros, científicos y tecnológicos. Porque si no es así morirán decenas de miles de europeos en los próximos meses y el proyecto político que representó la UE se habrá suicidado por pura estupidez.

Por la noche, después de los aplausos al personal sanitario, algunos se empeñaron en hacerle una cacerolada al discurso del rey Felipe VI, pidiendo la república en medio de una pandemia. No sé quién le escribe los discursos al Rey, porque no solo no es Cicerón, es que cabe sospechar que es un ferviente republicano.