¿Cómo está el país? Las grandes cadenas hoteleras han empezado a cerrar sus establecimientos en España y a mandar a miles de trabajadores temporalmente al paro. Las aerolíneas se encuentran al borde de la quiebra y la IATA estima que costará 180 mil millones mantenerlas a flote. Las grandes empresas del comercio españolas han comenzado el lento goteo que mandará también a decenas de miles de trabajadores a sus casas. El sector del automóvil, que ya andaba tocado del ala, aprovechará esta crisis para bajar las persianas de sus centros de producción en nuestro país. El cierre de las fronteras amenaza las exportaciones alimentarias españolas y la importación de mercancías del exterior. Y así podríamos seguir, de desastre en desastre, dibujando el infierno del Bosco.

El Gobierno, para salvar las vidas de los ciudadanos, ha congelado la economía y pone al país al borde de la muerte. Todo esto no se explica con una cifra de once mil casos oficiales: se entiende si es verdad el millón y pico de contagios que consideran real muchos expertos y que ha provocado las medidas de aislamiento social extremo y el infarto económico.

Pedro Sánchez apareció esta semana con un desfibrilador de doscientos mil millones de euros en las manos para resucitar la economía. El plan del Gobierno para sacarnos del pozo a consiste en avalar líneas de crédito a las empresas para que tengan liquidez -pero que tendrán que pagar- evitar la compra de grandes empresas españolas por capital extranjero y dedicar diecisiete mil millones a soportar subsidios de paro por el tiempo que duren las medias excepcionales. En realidad el Estado avalará créditos de la banca, lo que no es igual que poner dinero.

Habrá más medidas, seguramente, porque con estas que se han anunciado no vamos a ninguna parte. El Estado se tendrá que cargar con un peso extraordinario a las espaldas, atender a más parados y afrontar que decenas de miles de personas se van a prejubilar para flotar en el naufragio aferrados a una prestación públical. Y la pregunta que nadie sabe responder -ni siquiera Sánchez- es cuánto tiempo va a poder soportar ese peso sin venirse abajo.

En la primera gran crisis de este país, en 2008, el Gobierno casi se cargó a los españoles para salvar a España: deslomó a impuestos a las clases medias para mantener las cuentas públicas, salvar los salarios de los cuatro millones de funcionarios del estado del bienestar y rescatar las cajas de ahorros que habían mangoneado y arruinado los alcaldes, sindicatos y empresarios.

En esta segunda gran crisis sanitaria, para salvar la vida de miles de personas el Gobierno ha tenido que cargarse la libertad, que es el combustible esencial con el que funciona el mercado. Ahora, el plan de rescate va a caer en manos de los mandarines: los burócratas y sus reglamentos garantistas que eternizan los procedimientos y expedientes en esta somnolienta administración pública española que nadie ha reformado nunca. La del vuelva usted mañana. Esa que aplaudimos por la noche en las ventanas.