Debe ser la diferencia entre el Norte y el Sur. La distancia sutil entre las naciones que tratan a sus ciudadanos como si fueran mayores de edad y las que no. La canciller alemana, Angela Merkel, se dirigió esta semana a su país para anunciarle que el 70% de sus ciudadanos acabarían contagiados con el nuevo virus que azota al mundo.

Sin dramatismos. Como si estuviera anunciando la subida del precio del pan. Como Winston Churchill cuando dijo a los británicos que llegaba un tiempo de "sangre, sudor y lágrimas". La verdad pura y dura, sin disfraces ni monsergas. Algo muy distinto a la incompetencia dicharachera de nuestros políticos que nos presentaron al Covid-19 como un primo lejano y poco importante de la gripe común.

El camino de los errores de España para frenar la expansión del virus está jalonado por esa frivolidad. La que llevó, por razones de interés político, a los partidos que sostienen al Gobierno, a poner en riesgo miles de personas en una manifestación celebrada hace solo siete días. La que llevó a Vox a celebrar un mitin en Vistalegre con su secretario general, pañuelo en mano, contagiando a diestro y siniestro. La que llevó al alcalde de Valencia a llevarse a dos mil ancianos, grupo de máximo riesgo, a una fiesta con paella.

Actos irresponsables de personas irresponsables que luego aparecen, con cara circunspecta y aire de gravedad, declarando alarma y pidiéndole a la gente que se quede en su casa, apelando a una responsabilidad que ellos no han demostrado ni por el forro. ¿Qué chapuza de país es éste en el que algunos de los primeros contagiados están el Consejo de Ministros? ¿Qué seguridad nos pueden dar quienes han estado a punto de permitir el contagio del presidente del Gobierno o del mismísimo jefe del Estado?

Esta semana, tal vez después de ver a Merkel, Pedro Sánchez ha terminado aterrizando en el problema. Y se ha dirigido al país decretando el "estado de alarma". Que es como el que grita fuego cuando las llamas ya le están subiendo por las barbas. Y España va a sufrir el catenaccio económico más duro que hayamos conocido.

La pregunta que se sigue haciendo mucha gente es por qué hay tanta alarma con un virus que mata tan mal. Y por qué en tan poco tiempo ha empeorado tanto todo. El problema no es la tasa de mortalidad del virus -que también- sino el potencial de contagio. Aplicando las peores previsiones de Alemania, en nuestro país podríamos tener unos treinta millones de infectados.Y de ellos, entre un millón y medio y dos millones tendrán que ser hospitalizados y tratados, porque serán casos graves. Lo que quieren las autoridades es que el contagio no sea masivo, sino que se vaya escalonando en el tiempo, de forma que los medios disponibles sean capaces de atenderlos.

La triste realidad es que no hemos aprovechado el tiempo para adquirir los suficientes medios de protección para el personal sanitario. Ni se han dispuestos las camas hospitalarias que vamos a necesitar. Nuestras autoridades no le vieron las orejas al lobo: lo que le han visto, ahora mismo, son los dientes. Como es típico de España pasamos del cero al infinito. Del no pasa nada al estado de alarma.