La conversación tuvo lugar en el tranvía, pero el escenario era lo de menos. La bolsa de la compra bien custodiada entre las piernas, con la mano protegiendo el bolso ajado por el paso del tiempo. Dos señoras de un barrio obrero que sentenciaban en un diálogo de confidencias que ellas no eran racistas, pero que su hijo se case con una negra, supondría un verdadero disgusto en la familia; con las chicas guapas y buenas que hay aquí, para qué buscárselas de fuera. Cuando le metes un "pero", la cosa cambia mucho. El trayecto de La Laguna a Santa Cruz sirve para darnos cuenta de todo el camino que nos queda por recorrer. Quién sabe, quizá ellas hubieran repudiado que una negra como Rosa Parks se negara a ceder el asiento a un blanco y moverse a la parte trasera del autobús en Alabama. Pero no es Estados Unidos ni la década de los 50, es Tenerife en pleno siglo XXI. Tioko llegó a la isla con 25 años procedente de Mali, y ya podemos hacernos una idea de lo cómodo que pudo ser el viaje en la primera clase de una confortable patera. El chico se moría de hambre y tuvo la indecencia de arriesgar su vida por un futuro mejor; a quién se le ocurre. Fue en la cola del supermercado cuando el cajero vociferó la clásica retahíla xenófoba de que, a su cuñado, un holgazán de 40 años, los negros que llegaban con móviles y tenis de marca le quitaban el trabajo y se inflaban a ayudas mientras los de aquí pedían comida a Cáritas. Tioko cogió el paquete de arroz y siguió de largo, con la rabia propia del que sabe que como su país no hay ninguno. Yo tampoco hice nada, y me arrepentí de no contarle que las personas inmigrantes no acaparan las ayudas sociales. El acceso a los servicios sociales es un derecho reconocido en todos los ámbitos administrativos y se rige por la situación socioeconómica personal o familiar, no la nacionalidad española. Su cuñado volvió a rechazar el trabajo de operario en el Cabildo porque prefería cobrar la ayuda que mover su ignorancia desde La Orotava hasta Adeje a quitar rabo de gato. El virus se propaga en cualquier tipo de escenario. En las salas de espera de los ambulatorios se contagia uno rápido con las miradas de reprobación. Una mujer africana llama la atención por el colorido de su bubú, el traje tradicional de Senegal. Tuvo el poco decoro de ir al médico porque se encontraba bien y saludable, que es lo que hacemos todos por afición. Los inquisidores, que ocupaban las sillas casi rotas del consultorio, desconocen que los inmigrantes hacen menos uso del sistema sanitario en proporción al resto de la población. Hay que decirlo y combatir las "fake news" de la calle, porque el coste farmacéutico para un extranjero es de solo 73 euros al año, mientras que el de los pacientes españoles asciende a 374 euros. El inmigrante sin papeles desconoce también los vaivenes que está dando la legislación para su protección, y sabe que se arriesga a la expulsión si es identificado. Tengan más que claro que no va a ir a urgencias si no es estrictamente necesario. Sea el tranvía, la guagua o una peluquería, el racismo aflora en conversaciones cotidianas, sin más rigor que la subjetividad del desconocimiento. ¿Qué haríamos en un país del que no conocemos el idioma, sin dinero y solos? La respuesta es un poco de sensatez y humanidad, y leer mucho, que buena falta hace.