La Unidad Militar de Emergencia tenía previsto realizar dos simulacros en Canarias, uno sobre una erupción del Teide y otro sobre los efectos de un gran terremoto en Gran Canaria. Hay que tener mucha mala leche o muy poca caridad cristiana para anunciarle a Ángel Víctor Torres dos ensayos sobre estos temas, con la que está cayendo.

Los primeros días del pacto de las flores nos hicieron soñar con un mundo de colores, mariposas y efluvios de felicidad: o sea, lo propio de un jardín. Pero la deriva que están tomando los acontecimientos nos acercan, en el terreno floral, más que a un ramo nupcial a una corona funeraria. Ya tenía que haber olido a chamusquina el presidente Torres cuando nada más tomar posesión se le quemó media isla.

Pero aquello, lejos de ser una excepción, se ha transformado en una regla. A este gobierno le ha tocado un jardín, pero de cactus. No contemos los incendios, ni los apagones eléctricos, ni las invasiones de calimas africanas que provocaron el cierre del espacio aéreo. Se ha tragado la falta de financiación, porque primero tuvimos un Gobierno de España provisional y ahora uno prisionero de Cataluña. Se comió la quiebra de Thomas Cook y la espantada de Ryanair, que perjudicaron el turismo. Y ahora mismo está en medio de una catástrofe a escala global, una pandemia cuyos efectos, a corto plazo, pueden sumirnos en la peor crisis económica conocida.

Que la UME haya suspendido los simulacros de marras me parece un acto de responsabilidad. Hay que acordarse de lo que decían nuestras abuelas: el que juega con fuego se mea en la cama. Yo no estaría coqueteando con la idea de una erupción del Teide en estos tiempos que estamos viviendo. Ni con el derrumbe de Cumbre Vieja. Ni con terremotos o volcanes. Dejemos la fiesta en paz y no le demos malas ideas al puñetero destino, que ya tiene bastantes.

El pleno del Parlamento de Canarias se ha podido celebrar esta semana, a pesar del coronavirus (dentro de un par de reformas electorales, igual ya no se podrán reunir, si se prohíben las concentraciones de más de mil personas). La aportación de la cámara legislativa a la crisis que vivirán nuestras islas a medio plazo ha sido, como siempre, absolutamente nula. Ni un plan extraordinario, ni una idea, ni una reacción excepcional. Los partidos que apoyan al Gobierno están metabolizando todavía la triste realidad de que sus grandes proyectos de mejoras sociales se están yendo por el desagüe de una serie de catastróficas desdichas. Y ni siquiera les consuela tener una de las peores oposiciones que se recuerda.

No sé si habrá debate sobre el estado de Canarias, previsto para fin de mes, o será suspendido, como los simulacros de la UME. Sería uno de los más fáciles de titular de toda la democracia: "Canarias, en estado de coma". Porque, aunque sus felices señorías no se hayan dado por aludidos, los daños sociales y económicos que va a sufrir Canarias van a ser espantosos. Igual si eso deberían hablarlo.