Se dice que las adversidades son las que nos enseñan el verdadero carácter de un pueblo. Si es así, nosotros no pasaremos a la historia por nuestra templanza ante esta pandemia. La gente se ha lanzado a los supermercados como si se aproximara una invasión alienígena. Quienes han mostrado síntomas sospechosos, en vez de quedarse en casa y seguir las instrucciones de Sanidad, han seguido yendo al trabajo arriesgando a otros. O han corrido espantados al primer servicio de urgencias que tuvieran a mano, sin importarle el riesgo de contagio al que exponían a otras personas consideradas grupos de riesgo, como ancianos o enfermos.

Las tertulias de barrio, esa información "kilómetro cero", siguen transmitiendo la información que no dan las autoridades: un gimnasio que cerró porque cuatro monitores tenían el virus, unos conocidos almacenes donde hay dos dependientas que dieron positivo, un político local al que vieron en el hospital.... Los chismes fluyen con mayor eficacia que las noticias oficiales, que no paran de repetir que todo esta bien. Todo esta bien aunque se han suspendido conciertos y actos públicos. Esta bien, aunque los partidos de la liga se hacen sin público. Esta bien, pero la recomendación oficial es que evitemos en lo posible el contacto con otras personas. En Italia, desbordada ya por los contagios,la campaña oficial es: "¡quédate en casa!".

Aunque tengo una tendencia natural al pesimismo, estoy convencido de que dentro de algunos meses el Cov-2 será un mal recuerdo. Este patógeno, salvo que sufra alguna mutación imprevisible, no es el asesino de las películas. Causará una crisis económica global, pero no se trata de la pandemia mortal que algunos esperan desde hace años, a pesar de que, desgraciadamente, se llevará la vida de muchos ancianos y enfermos. Este virus tiene una alta capacidad de transmisión y contagio, pero mata muy mal.

Pero si algo debemos aprender de este ensayo general de la catástrofe es lo mal preparados que estamos. No hay forma de organizar a una sociedad civil desarticulada. No hay capacidad de sacrificio, ni colaboración, ni existen maneras de llegar de forma rápida y eficaz a los ciudadanos. Las autoridades sanitarias han dado palos de ciego bienintencionados -cerrar un hotel fue una pifia- pero han sido infinitamente más responsables que una sociedad instalada en el sálvese quien pueda. Y todos, prisioneros de la trampa diabólica de unos medios de comunicación que haciendo justamente lo que debemos alimentamos involuntariamente lo que más tememos.

Nos quedan por delante unos meses muy duros, con una profunda caída del turismo y un aumento del paro y de los indicadores de pobreza. Ya veremos si el gobierno de las izquierdas está a la altura de lo que va a exigirle este año terrible. Pero cuando echemos la vista atrás, para mirar estos tiempos que nos tocó vivir, lo más decepcionante será recordar lo fácilmente que dejamos entrar el miedo en nuestras vidas. Lo que hace fuerte a los países no son sus gobiernos, sino la responsabilidad individual de sus ciudadanos.