El presidente de Canarias ha dicho que si al final de su mandato no han mejorado los indicadores sociales de Canarias, su gobierno habrá fracasado. De Ángel Víctor Torres se pueden decir muchas cosas, pero desde luego no se puede afirmar que no tenga bemoles. Porque con la pinta que tiene esto ahora mismo, ponerse un listón tan alto muestra una confianza casi suicida.

El Gobierno canario enfrenta una situación muy complicada. No solo van a ser los efectos de ese brexit del que ya casi no hablamos. El cisne intensamente negro del coronavirus está agravando de forma imprevista la economía mundial y especialmente la europea. El impacto sobre el turismo, por mucho que sea más o menos coyuntural, augura para estas islas la pérdida multimillonaria en la facturación de ese sector fundamental. Eso significa que las cifras del paro van a subir y que la recaudación canaria de impuestos al consumo va a caer. Y a eso hay que sumarle que el tablero de la política española se ha inclinado aún más hacia Cataluña y el País Vasco, con lo que resulta muy difícil de esperar que vengan recursos extraordinarios de un Estado cada vez más debilitado en sus políticas de solidaridad por la presión política de los territorios ricos.

Traducido: las listas de espera de Sanidad no bajarán, los pensionistas no contributivos seguirán en el infierno de la escasez, los fondos destinados al desempleo tendrán que aumentar, las políticas públicas se debilitarán por falta de recursos, caerán la inversión y el consumo... Que pase todo esto es una posibilidad cada vez más real.

En vez de decir lo que dice, el Gobierno debería estar cambiando su discurso y adaptándolo urgentemente a la realidad. Porque los hechos sobrevenidos han convertido sus promesas en algo casi imposible de cumplir. Alguien tendría que empezar a decir -más pronto que tarde- que el programa del pacto de las flores es el sueño de una noche de verano. Que quienes vinieron con el discurso de ampliar las coberturas del estado del bienestar las van a pasar canutas para evitar que se derrumbe. Y que el objetivo prioritario, a medio plazo y hasta que cambien las condiciones, será defender con uñas y dientes, con los escasos recursos disponibles, que Canarias no se adentre en una recesión económica y social muchísimo peor que la producida por la gran crisis que comenzó en el 2008.

Un viejo amigo me recordaba, hace poco, a un escritor y filósofo colombiano, Nicolás Gómez Dávila. En uno de sus libros, "Escolios a un texto implícito", dejaba esta perla: "Madurar no consiste en renunciar a nuestros anhelos, sino en admitir que el mundo no está obligado a colmarlos". A estas alturas de la película, la política de Canarias debería superar la etapa del onanismo legislativo y el enanismo mental. Pueden venir tiempos muy malos en donde nuestra mayor preocupación sea la supervivencia. Igual es el momento de abandonar las estupideces endémicas, las reformas electorales y las cuotas de poder, y empezar a pensar en cómo salvar a la extenuada clase media de las islas que estuvo a punto de extinguirse con la última crisis. ¿Podrá sobrevivir a otra? ¿Podrán hacerlo los miles de familias que aún viven al borde de la exclusión social?

Si falla al mismo tiempo la financiación ordinaria y extraordinaria del Estado, se recortan los fondos europeos para la agricultura, se congela el crecimiento económico y del empleo y desciende la recaudación de la fiscalidad propia, se dan las mejores condiciones para que nos estallemos como una pita. Pero esa amenaza, que está ahí a la vuelta de la esquina, parece que se ignora. Ya sé que vivimos tiempos víricos en los que por un lado se dice que una enfermedad no tiene importancia y por la otra se ponen hoteles en cuarentena. Pero esta esquizofrenia política es la mejor receta para el desastre. Parecemos, otra vez, la orquesta del Titanic. Pero la música no impedirá que el barco se hunda.