Una cosa es gobernar y otra corear consignas en una manifestación. Algo no funciona bien cuando ambos papeles se confunden. Agarrando una pancarta cualquiera puede pronunciarse en favor de intereses particulares. Desde el poder, quien manda tiene la obligación de velar por el bien de la comunidad, que incluye a los afines y a los distantes. "Sola y borracha quiero llegar a casa" es adoptado por el lema del ministerio de Igualdad para divulgar su apresurada ley de libertad sexual y capitalizar las manifestaciones de este 8 de marzo. Hasta algunos colectivos feministas se han sentido ofendidos por la soez elección. Lo peor no es la vulgaridad de la expresión, importada de los gritos de las protestas callejeras, sino la distorsionada imagen que transmite de la mujer y de la realidad. Queda mucho por avanzar para frenar las agresiones, pero ni los violadores ni los maltratadores campan en este país a sus anchas.

Después de las multitudinarias concentraciones de los últimos años, que convocaron a mujeres de todas las edades, clases sociales y pensamiento, la división vuelve a protagonizar la jornada de hoy. Las feministas discuten si el género es una construcción cultural -cualquiera puede sentirse lo que quiera- o determinada por el sexo. En Madrid socialistas y Podemos se tiran los trastos a la cabeza por presumir de progresismo. Los ministros se acusan sin pudor de "machotes" y "machistas". Por razones tácticas, las leyes se impulsan a la carrera, sin medir lagunas técnicas de graves consecuencias. No es este el camino para responder a la equiparación entre hombres y mujeres. La demanda social no tiene vuelta atrás y unió a los ciudadanos cuando se alejó de los extremismos.

La igualdad empieza, por ejemplo, por obtener un buen empleo con una remuneración adecuada. Entre febrero del año pasado y este, la cola del paro femenino, que integran 115.765 personas, descendió en Canarias mientras aumentó la de los hombres, que alcanza los 92.072 desempleados. Ellas también dominaron las afiliaciones a la Seguridad Social, al acceder a más nuevos puestos creados en la región. En el último año Canarias registró 14.247 trabajadores más afiliados a la Seguridad Social. De ellos 6.922 eran mujeres (67,53%). Este reparto tendría que constituir la normalidad porque responde con mayor fidelidad a la realidad educativa (192.900 canarias trabajando con formación superior frente a 170.500 canarios) y demográfica de Canarias 1.087.418 mujeres frente a 1.065.971 hombres. Aunque no oculta la otra cara del problema: persiste la tendencia a la inactividad. La tasa de ocupación femenina (44,48%) sigue siendo baja. El desempeño fundamental de las mujeres parece confinado en los servicios sociales y en niveles más básicos del turismo. Las dificultades para acceder a los puestos mejor retribuidos, como los de la industria o la construcción, son mayores y la brecha salarial (del 11,1% en Canarias frente al 21,9% de media nacional), aunque es la menor de España, también se arrastra después a las pensiones, bajas para las jubiladas de las Islas, igualmente en los niveles inferiores del panorama nacional.

Patrimonializar el Día de la Mujer o llenarlo de sesgos no beneficia a la defensa de sus justas peticiones. Los partidos hallaron en torno al feminismo, igual que en las pensiones o el cambio climático, una corriente novedosa de preocupación en la sociedad. En vez de contemplarla como un campo para trabajar por el bien común, el de la mayoría, porque así lo urgen los electores, la explotan mediante una ideologización incendiaria. La política actual se ha convertido en pura gestualidad inoperante, construida con hipérbole retórica para defender una supuesta verdad que excluye la de los otros. Hombres y mujeres poseen los mismos derechos y deberes, nada les distingue en capacidad o mérito y deben de gozar de iguales oportunidades en idénticas condiciones. El conjunto de la sociedad, salvo excepciones extravagantes, asume la urgencia de acelerar pasos en esa dirección. Dar pábulo a populismos de cualquier signo, retrógrados o progresistas, y retornar a los estereotipos maniqueos de antaño cava trincheras y frena impulso a las conquistas. Una polarización innecesaria cuando precisamente el mayor elogio que se le puede hacer al feminismo es justo el contrario: lograr que, igual que ocurrió con el Estado del bienestar peleado por la izquierda y asumido por la derecha, su reivindicación sea la de todos.