Hacía falta coraje. Lola lo tenía claro desde niña, peleando contra los sentimientos encontrados y el tacón de una educación nacional católica. No era fácil ni cómodo, pero eso ella lo sabía. Como las manos curtidas del agricultor, Lola tenía las marcas del rechazo, aquellas que son las que más duelen porque están dentro y no se ven. Lloró tantas veces como la lluvia de invierno. Sin el paraguas de la comprensión, solo con el abrigo de la voluntad. No existían referentes cercanos, nadie capaz de decirle abiertamente que no pasaba nada, que amara a quien quisiera porque es el poder natural de elegir la felicidad sin contar los cromosomas. Deseos reprimidos, contradicciones internas sin más explicación que la tradición sagrada del hombre con la mujer. Una niña que amaba el fútbol y tenía que ver desde la ventana, convertida en el palco del Heliodoro, las patadas al balón de sus vecinos en el parque. Es que no le gustaban las muñecas, ni vestirlas ni peinarlas. No podía imaginar el dolor de Lola en el colegio, soportando el acantilado del bullying, ese término de léxico moderno que lleva tantos años inquietando a los que solo quieren querer y vivir en libertad. Coño, si solo es eso. Lola siempre tuvo coraje para blindarse en su coraza de hierro y salir adelante. La sociedad la limitó, la humilló y le enseñó que el camino correcto se conjugaba en masculino. Muy pronto entendió que la sola percepción de homosexualidad o identidad transexual ponía a las personas en situación de riesgo.Su coraje se lo negó. Luego fue cuando llegó Carmela. La universidad abrió una pequeña esperanza a la normalización y a la elección. Ahí estaba Carmela con su suéter de punto esperándola para estudiar y compartir sin cortinas ni máscaras las ganas de descubrir y querer sin barreras. Cuántas veces imaginó pasear de la mano, besar los labios sin las miradas de desaprobación ni los insultos de la censura que tanto daño siguen causando. Ambas estudiaban derecho en la Universidad de La Laguna con la ilusión de poner punto y final a las vulneraciones de los derechos humanos basadas en la orientación sexual o la identidad de género. Eran conscientes de los obstáculos, pero nada las detendría, como tampoco pudieron con Rosa Parks o Harvey Milk en Estados Unidos. Era imposible no recordar, un gesto incontrolable que evocaba el miedo al recreo, la fila para entrar a clase, tener que ir a los baños, los pasillos, los cambios de clase, al entrar y salir del colegio? Sin embargo, sonreía al recordar la fantástica historia de Marcela y Elisa, el primer matrimonio de lesbianas en España que engañó a la Iglesia en La Coruña de principios del siglo XX.

Ha pasado ya mucho tiempo, pero lo último que supe de Lola y Carmela es que se casaron en Barcelona gracias al avance social que supuso para España la aprobación del matrimonio homosexual. Son madres de una preciosa niña llamada África, un anhelo de jóvenes en aquellas confidencias en el campus lagunero que se hicieron realidad tras la aprobación por el Parlament de Cataluña de la reforma de la Ley del Código de Familia. La historia de Lola y Carmela es la de miles de personas en nuestro país que luchan contra el fantasma de la discriminación y del bullying escolar. Ni un paso atrás.

@luisfeblesc