El coronavirus es un fenómeno global que está afectando sin discusión a la evolución de la economía y los mercados financieros. Estos ofrecen la ventaja de incorporar a los precios de los distintos activos las diversas opiniones y expectativas de quienes en ellos operan. Aunque no podemos buscar una correlación exacta, sí podemos admitir cierta función de termómetro de la situación.

Tras mostrar fortísimos recortes en los precios de los activos de renta variable en apenas una semana, parece que la opinión generalizada apunta a una afección directa en la economía a nivel global. Esta opinión se ve reforzada por el incremento súbito de demanda en activos calificados tradicionalmente como refugio, como la deuda norteamericana o el oro.

Resulta imposible valorar el alcance que la propagación del coronavirus tendrá en el desempeño de la economía. Ya estamos asistiendo a la revisión a la baja del crecimiento económico debido a su impacto, y se están produciendo efectos tangibles y muy negativos en las cadenas de suministro de determinadas industrias que sin duda traerán problemas más agudos si la situación persiste. El impacto a corto plazo es evidente. China, Japón, Italia, constituyen los principales ejemplos. Por tanto, la reflexión ha de situarse en su duración.

El fenómeno del coronavirus añade más incertidumbre en un contexto de menor crecimiento respecto a ejercicios anteriores. Si este hecho ya afectó a la asignación de activos en nuestra cartera de inversión, la persistencia de este fenómeno exigirá tomar nuevas decisiones tácticas.

Estas decisiones representan el ajuste de la exposición a determinadas clases de activos, no necesariamente una decisión de venta total y esperar, puesto que como hemos comentado en otras ocasiones, este tipo de decisiones no suele arrojar buenos resultados (lo vimos muy claramente en los ejercicios 2018 y 2019). Hoy por hoy nadie puede calibrar el impacto en el crecimiento potencial de la economía o cuándo se producirá una eventual vuelta a la normalidad, por lo que estas decisiones apuntan a un rebalanceo de posiciones, no a una decisión drástica en lo concerniente a nuestra cartera de inversión.

Desde este punto de vista, parecen claros los efectos negativos sobre determinados sectores, motivados por distintas causas. Los más evidentes, transporte aéreo y turismo. También productos de lujo, al verse directamente impactado su principal mercado. También todos los sectores que hayan visto afectadas sus cadenas de suministros muestran fuertes correcciones: sectores como la electrónica y automóvil son los más relevantes.

Paralelamente, también hay industrias que podríamos considerar en mejor situación en este contexto, como las relacionadas con el consumo público, determinadas infraestructuras y suministros, o sectores relacionados con la salud y farmacia.

No obstante lo anterior, esto no debe afectar a cómo tomamos nuestras decisiones de inversión, que deben responder a un análisis desapasionado y que no deben dejarse llevar por impulsos guiados por las emociones o por el calor de la inmediatez. El SARS, la gripe aviar, el MERS, el ébola o el ZIKA también fueron protagonistas, por lo que tal vez pueda ser buena idea analizar qué sucedió entonces, qué estrategia tomamos en esas circunstancias y qué ha pasado desde entonces.

Como siempre, debemos tomar decisiones, pero actuando con perspectiva, templanza y capacidad de análisis.

*Asesoramiento

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