El plan de Pablo Iglesias para Podemos consiste en que los cargos públicos cobren más y que los militantes demuestren su compromiso con el partido pagando cuotas de afiliación. Para conseguir los primero quiere acabar con las limitaciones salariales impuestas equivalentes a tres salarios mínimos interprofesionales y que la organización ingrese donaciones porcentuales, sin hablar de la financiación externa. No se emerge de las cloacas al Gobierno, como él mismo ha indicado buscando una metáfora en los orígenes, para seguir siendo un paria de la política. Sin oposición, tras la salida de los Anticapitalistas, el marqués de Galapagar pretende también que los mandatos sean de doce años para eternizarse en la Secretaría General. Entre los sueldos del vicepresidente y de su esposa la ministra de Igualdad, y las percepciones que ambos ingresan por su doble condición de diputados el futuro económico de la pareja parece un camino sembrado de rosas. Hace tan solo dos años, Iglesias daba por perdido al PSOE y se comprometía con los suyos en dejarse la piel para ser presidente del Gobierno. Igual eso no lo consigue pero sí es cierto que ha sabido aprovechar como nadie la oportunidad para emprender una pequeña y rentable empresa familiar a cargo del erario y, a la vez, seguir, como si nada, apelando a los orígenes para que las clases populares menos críticas con el aggiornamento no pierdan de vista al líder. Librado de los anticapitalistas, reticentes a admitir el acomodo desde la idea inicial de asaltar el Palacio de Invierno, no hay obstáculos aparentes para él. Ha encontrado definitivamente un significado positivo y benéfico a la casta que tanto criticó y utilizó como trampolín de sus sueños de poder y lucro político. Siempre se ha dicho que el que no corre, vuela.