Hoy se celebra el Día de las Letras Canarias, este año dedicado a la escritora y actriz Josefina de la Torre, y en un acto público intervendrá el presidente del Gobierno y otras gentes importantes. Josefina de la Torre -una mujer drapeada de talentos- nunca me ha interesado mucho. Solo conozco su poesía y me sigue pareciendo la poesía de una diletante muy bien dotada que no carecía de oído. Quizá sus últimos versos son los más legibles. Pero los caprichosos del canon son así y De la Torre goza de una atención sostenida y extraordinaria. Uno sospecha que a ese privilegio no son ajenos sus orígenes de clase. En el canon existen otras distracciones. Cabe recordar que el primer Día de las Letras Canarias se dedicó a Benito Pérez Galdós, que nació por aquí, pero en absoluto se dedicó al archipiélago en su obra de ficción. Llamarlo novelista canario es como llamar escritor peruano al Inca Garcilaso. Josefina Pla -uno intentó contribuir modestísimamente a su difusión hace bastante tiempo- es de forma reiterada descrita, en demasiados sitios, como una escritora canaria, porque nació en el islote de Lobos, aunque con muy pocos años dejó las islas y terminó encontrando su lugar en el lejano Paraguay, donde falleció.

No estaría mal que el Día de Canarias sirviera no solo para recordar a figuras ya consagradas, sino para someter al chichinabo canónico a una buena sacudida ideológica, porque todo canon, reflejo articulado e implícito de valores estéticos, supuestos teóricos y estupideces ambientales, debe ser revisado sistemáticamente. Sobre todo, en lo que a las escritoras isleñas se refiere. A finales de 2018 la editorial Torremozas publicó un volumen donde se reunieron las primeras colaboraciones y libros de Natalia Sosa Ayala. "No soy Natalia" fue un redescubrimiento para muchos lectores y algunos poetas isleños cuya impresión todavía no ha caducado, sino todo lo contrario. Nunca estuvo donde otros han estado demasiado. Siempre vivió en una suerte de exilio, a veces angustioso, resignado al final, patria definitiva y ausente. "Yo era una cosa breve/yo era una cosa leve/yo era una cosa sola/ Oh, muchacha pequeña,/¿qué te han hecho?¿qué te ha dado y quitado la vida/que, ahora, /igual que aquella niña / --con los ojos más tristes/ y el alma cansada -,/sufriendo estás/ la tarde,/ a través de los pinos?". Como tantas voces femeninas dentro y fuera de Canarias - pienso en Chona Madera entre otras - Natalia Sosa habla precisamente desde el silencio. Una retórica del silencio que organiza una voz frágil y, al mismo tiempo, indestructible, la voz que salía del melancólico sótano de su invisibilidad. Una triple invisibilidad: la de una poeta de una isla atlántica alejada de los centros culturales, la de una mujer que escribe versos y lo debe hacer - primero - en revistas y suplementos femeninos, la de una lesbiana que nació en plena guerra civil y cuya educación sentimental en el franquismo de los años cuarenta y cincuenta fue un infierno cotidiano, un martillo golpeando incesantemente el frustrado anhelo de una identidad abierta y fecunda. "A lo sumo fue venas manos sangre/un corazón pequeño y precintado".

Los versos pizpiretos y deportistas de De la Torre seguirán teniendo sus lectores, pero yo pediría para Natalia Sosa -escribió cientos de artículos en La Provincia- el recuerdo de un año para una poesía que merece un siglo de atención.