En Gran Canaria han tenido una magnífica idea: la edición de este año de la jornada de Historia de la Iglesia en Canarias, jornadas bianuales que han ido recorriendo los avatares más sobresalientes de la historia social, cultural, económica, artística y eclesial de los cincos últimos siglos entre nosotros, ha decidido este año mirar a la gente sencilla, a la buena gente que ha hecho posible con su trabajo y dedicación, cargada de anonimato, lo que somos hoy. En la historia hay personajes, claro que los hubo, pero sobre todo hay personas. Hay santos del calendario y hay santos de la vida ordinaria. Como los llama el Papa Francisco, santos de la puerta de enfrente.

Creo que esta perspectiva de reconocer la potente presencia silenciosa de lo común y ordinario nos hace falta a todos, para superar tanta tentación de mesianismos indebidos a los que atribuimos una capacidad que supera la actividad de un rostro mediático. Las instituciones tienen rostros que las representan; hasta ahí consentimos, pero las instituciones están conformadas por ejércitos de personas sin rostros mediáticos y que son, sin duda, las que hacen posible su desarrollo. Una empresa es mucho más que su gerente, un partido político es mucho más que su líder, la historia es mucho más que los nombres de los príncipes y jefes de estado, como la Iglesia es mucho más que papas y obispos. Esta mirada renovada, sin olvidar que hubo decisiones de personas que generaron una dirección de marcha concreta, nos ayuda a darle protagonismo a quienes realmente lo han tenido: las personas todas.

Aún recuerdo el tono de voz del Obispo Fernandez García en víspera del primer Sínodo diocesano de nuestra Iglesia nivariense. "¿Quién es más eficaz en la pastoral diocesana, un sacerdote bien preparado o un enfermo encamado que ofrece su enfermedad unida a la de Cristo por el bien de todos?". La comparación no desprecia lo primero, pero subraya lo segundo haciéndonos reconocer dónde está la verdad plena de lo real.

Así pasa con la santidad. Hemos elevado tanto el rostro de los Santos que se nos escapan de las manos y, sobre todo, de nuestra vida. Y resulta que, como no podemos ser como ellos, nos contentamos con ser solo buenas personas. También en la vida social y eclesial debemos asumir proyectos de excelencia y planes de calidad. Y asumirlos personalmente. La excelencia de la puerta de enfrente, de la puerta estrecha y la vida entregada. La excelencia del respeto al prójimo y del perdón 70 veces 7. No todo lo bueno está canonizado; lo canonizado es bueno, pero la santidad de la vida corriente y moliente nos hace a todos protagonistas de lo excelente, de la ultimidad y el servicio excelente.

Si hacemos, cada uno, un plan de calidad personal, o sea, un proyecto personal de vida buena, estaremos engrandeciendo el número de los santos de la puerta de enfrente.