La mayoría de los españoles cree -según el sondeo de 40dB publicado ayer- que el coronavirus afectará a la economía mundial (lo cree el 92,8 por ciento de los encuestados) y española (85,9 por ciento), pero no a su economía doméstica (36,1 por ciento). Si le parece extraño, lo cierto es que no lo es tanto: algo parecido ocurre cuando se pregunta por la confianza económica en general: lo frecuente es que respondamos que todo va a ir a peor, pero creamos que a nosotros no nos va a afectar demasiado. Es curioso ese optimismo típicamente nuestro que hace que pensemos siempre que el mundo puede desmoronarse alrededor, pero lo que ocurra no tiene nada que ver con nosotros.

Quizá se trate de un atajo sicológico para protegernos de lo que es obvio: cuando las cosas empeoran, empeoran para todos, aunque nos neguemos a aceptarlo. En Canarias hace ya un año que un tuerto nos mira insidiosamente: encadenamos unas tras otras catástrofes (no solo de baja intensidad), sin que el asunto parezca importunarnos demasiado. Empezó en agosto del año pasado, con el nuevo Gobierno de Canarias apenas estrenado? veinte días de incendios incontrolables achicharraron un ocho por ciento del territorio de Gran Canaria. Se luchó contra el fuego durante semanas, hasta lograr apagarlo. Poco después, el 29 de septiembre, palmó inesperadamente el sistema eléctrico de Tenerife y la isla entera se quedó a oscuras por un cero eléctrico que se mantuvo durante diez horas, desde el mediodía hasta las diez de la noche. Al día siguiente Red Eléctrica tuvo que cortar varias veces la corriente para hacer reparaciones. Justo otro mes después, un camión cisterna que perdió los frenos se despeñó en la ladera de Camino del Rey, de Tacoronte, con casi tres mil litros de gasoil. El chofer salvó la vida milagrosamente, saltando del tráiler antes de que el camión comenzara a rodar barranco abajo. Tuvo suerte él y tuvo suerte Tacoronte: la cuba aguantó, y el combustible fue trasvasado poco antes de que una grúa de 600 toneladas retirara el camión.

Unos días atrás, se había producido la quiebra de Thomas Cook, que dejó a miles de turistas tirados en Canarias y a 600.000 personas de todo el mundo, que habían comprado paquetes de vacaciones, bastante desconsolados. El efecto sobre la quiebra redujo la conectividad de las islas, aunque nueve de cada diez plazas aéreas fueron recuperadas antes de final de año por los movimientos de mercado de Jet2, Wizz Air y el grupo Ving, filial escandinava de la propia Thomas Cook. Y en febrero, para rematarla, llegaron la sequía, el calor, el aire africano, la calima, los vientos huracanados, el cierre de aeropuertos que dejó a las islas incomunicadas durante un día, nuevos incendios en Gran Canaria y Tenerife, la contaminación (la más peligrosa del planeta varios días), la langosta, las pérdidas en la agricultura y de remate el coronavirus, que arrancó en La Gomera con un incidente menor, y se cebó en Tenerife, dejando atrapados a casi mil turistas en un hotel del Sur. Las siete plagas. Y las noticias falsas, y los medios británicos y alemanes (y alguno nuestro) hablando del 'infierno en Tenerife'?

Son muchas cosas juntas para poder atajarlas todas: podemos pensar que no nos va a pasar nada. Pero ya nos ha pasado: es evidente que tenemos un gafe suelto.