Anoche pasé un buen ratito, de esos que justifican que, llegado el Carnaval, yo trabaje en mi cantina; y es que no eran aún las once cuando apareció mi amigo Toño Medina, más conocido como "El Brujo", otro de esos amigos con los que me encanta echar conversas carnavaleras porque, con el pragmatismo que le caracteriza, analiza nuestras fiestas sin aspavientos, sin euforias, con la serenidad que la veteranía le aporta.

Es rara la conversa con El Brujo en la que no hagamos mención a la fiesta de antaño para acabar diciendo: ¡Como ha cambiado todo!; A Toño le pasa como a mí, que somos de esos románticos del carnaval a quienes nos invade la nostalgia al ver el vuelco que han dado muchas cosas. Sin ir más lejos, la participación en los grupos, que otrora era cien por cien amateur, y actualmente se ha profesionalizado. Y vino ello a cuenta de la participación de muchos solistas de rondallas que son auténticos profesionales, y ya no solo porque cobren por cantar en el grupo, que los hay, sino porque viven todo el año de la música. Y no son los únicos: En muchas rondallas cobran los solistas, los directores y también algunos de los tocadores del pulso y púa. Los Fregolinos o la Zarzuela, emplean una buena parte de sus ingresos en pagar a la parte del grupo denominada "la orquesta". En muchas murgas cobra el letrista, el director musical, el diseñador, el artesano y la costurera; en las comparsas lo hace el coreógrafo y también los músicos o percusionistas. Y así estuvimos toda la noche repasando, modalidad por modalidad, donde ninguna escapa al cambio que ha supuesto la profesionalización de unos grupos que, hace años, presumían de una participación totalmente altruista.

Y lo peor es que no hay vuelta atrás. De seguir así, a nadie extrañaría que, donde los componentes han pagado unas cuotas toda la vida, para sufragar los gastos del grupo, lleguen a cobrar por el mero hecho de asistir a los ensayos, eso, y que en su curriculum laboral, alguno llegue a poner: De profesión, carnavalero.