Llamaron a la puerta y fui a abrir. Era un vecino con cara de susto. Le pregunté qué ocurría y me pasó una nota en la que ponía: "Estoy aterrado, no puedo hablar, se me ha paralizado la lengua". Lo invité a entrar y le ofrecí un vaso de agua que rechazó al tiempo de hacerme señas de que le facilitara un bolígrafo y un cuaderno en el que escribió: "Llévame a urgencias, por favor". Eran las once de la noche y yo ya estaba a punto de acostarme, pero me puse una chaqueta, nos metimos en el coche y salimos pitando. Durante el camino trataba de imaginarme su situación con el efecto contagioso de que también a mí se me ponía rígida la lengua.

-No te asustes, no será nada -le dije para comprobar que aún era capaz de articular palabra más que para aliviar su miedo.

El hospital estaba atestado porque había un pico de gripe, nos dijeron. Tras hacer cola ante el mostrador, puse al tanto a la enfermera de la situación. La mujer observó a mi amigo y le pidió que sacara la lengua, a lo que respondió por gestos que le resultaba imposible moverla. Nos dio un número y nos sentamos a esperar. Mi vecino, que no se había desprendido del cuaderno ni del bolígrafo, escribió en una página: "Ya estoy más tranquilo", debajo de lo que yo anoté: "Nos atenderán pronto", y a lo que él respondió: "Puedes hablarme, no he perdido el oído, solo el habla". El malentendido nos hizo sonreír, lo que contribuyó a relajarlo todavía más. A los pocos minutos me tocó el hombro y al volverme me dijo: "Hola".

La lengua se le había activado otra vez de manera gratuita, del mismo modo que se le había detenido. Después del "hola" construyó dos o tres frases largas, con numerosas subordinadas, la mayoría absurdas, para comprobar que todo estaba en orden y decidimos regresar. Ya en el coche, noté que volvía a paralizarse la mía, así que lo dejé en casa despidiéndolo con un gesto y volví a urgencias, donde le escribí en un papel lo que me ocurría a la misma enfermera de hacía un rato. Me dijo que si estaba de guasa y me salió, increíblemente un "usted perdone", pues la lengua se me había desatascado de súbito. Volví avergonzado y aliviado sobre mis pasos, pero le he cogido un miedo enorme a ese músculo húmedo.