El problema realmente grave es el miedo. Un miedo fruto de la combinación de esos tres factores que han hecho que creamos que el Covid-19 es una amenaza potencialmente letal para nuestra sociedad, cuando -muy probablemente- su efecto será similar al de una temporada dura de gripe.

Como la de 2018-19, que dejó 15.000 muertos en España, uno de cada tres pacientes que tuvieron que ser hospitalizados. El pánico se ha disparado por la histeria informativa, convertida hoy en una de nuestras patologías sociales, por la ignorancia de la mayoría y su consiguiente credulidad ante bulos, mentiras y chismes, y por la sobreactuación permanente de nuestros dirigentes, esa panda de estrategas de salón a los que entusiasman las graves decisiones.

Ya sabemos que es más que posible que el coronavirus sea pronto pandemia. En Wuhan intentaron contenerlo aislando la región, encerrando a la gente en cuarentena en sus casas y tratando en hospitales a todos los afectados. Se logró así reducir el número de contagios, y acercó a 'uno' eso que los epidemiólogos llaman el 'número reproductivo', que es el número de personas que contagia cada afectado. En China ese número ha pasado del 2-3 a poco más del 1, y los contagios ya no crecen al ritmo dramático de principios de este mes. Debería haber más de 300.000 personas infectadas en China, y los contabilizados son menos de la tercera parte. Si el 'número reproductivo' sigue bajando gracias a las medidas adoptadas en la región, el coronavirus podría ser derrotado en China. Pero hay cosas que pueden hacerse en un país confuciano y comunista, acostumbrado desde hace siglos a la obediencia colectiva, que resulta mucho más difícil hacer en Occidente. Tendremos que acostumbrarnos a convivir con este coronavirus que en los últimos días se ha multiplicado, avanzando irremediablemente hacia un escenario de pandemia, por otro lado ya advertido por la OMS. Hay estudios científicos que estiman que si el brote se descontrola podría llegar a infectar hasta a un tercio de la humanidad.

Pero no fue ese el escenario que se dio con el (A)H1N1, el virus de la gripe porcina de 2009, que infectó a millones de personas hace diez años y que hoy circula todos los inviernos de un lado a otro del planeta, provocando -junto a otros tres virus- lo que consideramos 'gripe común'. La buena noticia es que probablemente eso es lo que sucederá con el Covid-19 en uno o dos años. El contacto masivo con humanos que sobrevivan al contagio generará anticuerpos y reducirá su letalidad. Lo asimilaremos. Cuesta decirlo, pero el coronavirus ha venido para quedarse. Tenemos que aprender a tolerarlo y a convivir con él. Los médicos, microbiólogos y técnicos están haciendo bien su trabajo, localizándolo, aislándolo y buscando la forma de domarlo, mientras cuidan y protegen a las personas.

El problema es la búsqueda de rentabilidad política (también en esto), el miedo convertido en espectáculo, las mentiras repetidas y la idea absolutamente ridícula de que las fronteras pueden detener las enfermedades, cuando lo único que consiguen es frenar la libertad y prosperidad que los seres humanos precisamos para vivir.