No parece que todos en el Partido Popular tengan claro lo que hay que hacer en unas circunstancias difíciles como estas. Ni se entienden demasiado entre ellos, ni los entendemos. Vean el último ejemplo en el País Vasco: el sorayo Alfonso Alonso ha dimitido como presidente después de un traspie fuerista imperdonable y de que Casado, consecuentemente, lo fulminase como candidato en favor de Carlos Iturgaiz. Alonso se mostró en desacuerdo con formar un frente constitucionalista junto a Ciudadanos, algo que además de ser presumiblemente útil para aglutinar los escasos votos vascos de la derecha acercaría a los populares al centro liberal que sobrevive en el partido de Arrimadas. Iturgaiz, en cambio, sí está de acuerdo, aunque quiere aunar demasiado las fuerzas al llamar a filas a Vox. No se trata de aritmética fiable: puede ganar menos por un lado de lo que pierde por el otro. Resulta complicado hacerse un espacio cómodo y amplio en un lugar, como es el País Vasco, donde la derecha vota a los nacionalistas. Iturgaiz lo logró en su día pero las circunstancias eran distintas y aún pesaban los asesinatos más despiadados de ETA. La visión táctica de Alonso ya la intuimos cuando llama "extranjeros" a los compañeros que no son vascos: consiste sencillamente en contrarrestar al PNV imitando a los jeltzales. Pero para eso, comprenderán ustedes, nadie necesita al PP. El sorayo midió mal sus fuerzas queriendo seguir la estela de Nuñez Feijóo que tiene la fuerza de los votos que a él le faltan para echarle pulsos al partido. Iturgaiz, en cambio, presume de constitucionalismo español pero quiere tener cerca a Abascal que pone con frecuencia en duda las reglas más elementales de la convivencia liberal dentro de la Carta Magna. Falta altura de miras y sobran guerras de poder.