La expresión "turismo sostenible" (que obviamente supone asume la existencia de turistas internacionales) suena agradable, a autojustificación, a que si mantenemos nuestros recursos naturales y culturales a salvo de la gentrificación, propia de millones de visitantes, podremos mantener una de nuestras principales fuentes de riqueza (11,7% del PIB) y de empleo (12,8% de los puestos de trabajo). El Bussines Insider, el medio digital financiero del grupo Springer ya fue muy contundente al informar de la COP 25 de Madrid: "La preocupante alerta de la ONU: el cambio climático puede provocar la desaparición del turismo".

En plena lucha contra la crisis climática, desafortunadamente la posibilidad de volar desde orígenes/destinos a cientos de kilómetros, está en entredicho, ya que existen dos realidades muy desagradables: a) Volar es la forma de movilidad más contaminante en términos de gases de efecto invernadero. Valga el dato que Ryanair es la compañía europea, con mayor emisión de estos gases, eliminadas de la lista las seis grandes centrales eléctricas de carbón, ubicadas en Alemania y Polonia; b) A pesar del optimismo habitual en encontrar soluciones rápidas para muchos problemas urgentes e importantes, hoy no se atisban soluciones creíbles sobre una alternativa, climáticamente sostenible y económicamente factible, para las actuales aeronaves alimentadas por combustibles de origen fósil, como es el queroseno. La primera es una simple cuestión estadística que nadie discute y que hasta ahora ha sido poco considerada. La segunda es incluso más opaca. Toda persona que haya trasteado profesionalmente en temas de ciencia y tecnología, sabe de lo arriesgado que resulta aseverar que un resultado, que puede depender del conocimiento humano, no va a cristalizar en el corto o medio plazo. Sin embargo, con el deseo que los expertos y la bibliografía consultada os pueda estar equivocada, me animo a comunicar esta mala nueva: las prospectivas publicadas tanto por los fabricantes aeronáuticos, como por las compañías aéreas desafortunadamente se mueven en la zona de la mitología tecnológica, manejando especulaciones poco razonables

En el sector de los transportes la energía utilizada proviene en un 95% de combustibles fósiles, ante lo cual hay abiertas dos tendencias para descarbonizarlo: una, basada en impulsar el uso de combustibles, también emisores de CO2 , aunque en menor medida que los actualmente usados, como el gas natural comprimido y los biocombustibles; la segunda, busca energía para el transporte en el uso de electricidad, que obviamente deberá ser de origen no contaminante, y que se abre tres tecnologías: nuevas baterías; motores de hidrógeno; y combustibles sintéticos. Es en el transporte terrestre donde más esperanzas existen para la descarbonización gracias al ferrocarril y al coche eléctrico, mientras que para el transporte de mercancías se está analizando las posibilidades de una combinación de baterías y de combustibles artificiales.

Desgraciadamente las magníficas aeronaves actuales precisan desarrollar potencias muy elevadas en las fases de despegue y aterrizaje, unas situaciones que no son tan críticas en el resto de medios de transporte; ello explica que el avión eléctrico no puede cubrir todas las especificaciones ya que la densidad del queroseno es 60 veces la de las baterías. Cambiar los depósitos de combustible por baterías, mucho más pesadas, no tendría sentido para los vuelos de larga distancia. La baja densidad energética también es un problema para el hidrógeno la única esperanza son los "combustibles artificiales" muy dependientes de una electricidad abundante, limpia y barata; las estimaciones de precio son de dos a ocho veces mayores que los del queroseno, y cuya capacidad global de producción para los próximos años sólo puede ser del orden del 0,05% de la demanda de combustible para aviones. Mientras, con toda razón, una nueva fiscalidad aérea en Europa y en España es una cuestión de semanas.

Lo más preocupante es la poca confianza que transmiten los constructores aeronáuticos y las compañías aéreas sobre el tema energético. El mejor resumen lo tituló el poco sospechoso de cariño por Greta Thumberg, Finantial Times, al informar sobre Salón de la Aeronáutica de París del pasado Junio, con las empresas reunidas para recibir a un supuesto futuro sostenible: "Si la retórica bastase para hacer volar un avión, el futuro de la aviación estaría garantizado. Pero la emoción podría dar paso al pesimismo".

Con muchos años de retraso respecto a los esfuerzos del sector automovilístico, los gigantes aeronáuticos Airbus, Boeing, United Technologies, Safran y Rolls-Royce ahora se dicen preocupados, como si la crisis climática hubiera aparecido repentinamente (los informe del Club de Roma son de 1975 y la publicación de la mediática, La verdad incómoda del ex vicepresidente americano Al Gore tiene 15 años) Las compañías aéreas más allá de engoladas declaraciones sobre un futuro tecnológico verde, parecen haber tirado ya la toalla de la descarbonización y se están amparando por un lado en las reducciones de las emisiones conseguidas por el resto de modos de transporte y por otro, en buscar el camino de las compensaciones, en forma de prometer plantar miles de árboles para equilibrar sus emisiones. Curiosamente la misma propuesta de Trump en sus discursos negacionistas.

Parece que los sectores relacionados con el turismo basado en lo aéreo, quieran pasar por alto la propia opinión del turista del futuro que va a tener su propia conciencia medioambiental y que ya ha desarrollado su "vergüenza a volar", consciente de las toneladas de carbono que, desde su individualidad integrada, puede ayudar a evitar reduciendo aquellos viajes que no le sean vitales. De forma un tanto inconsciente, administraciones y empresas relacionadas con el turismo siguen trabajando con la hipótesis de un tráfico aéreo creciente año a año.

El sector aéreo y con ello el turismo basado en él, afronta grandes desafíos que en primera instancia van a derivar en impuestos más altos, encareciendo los billetes, reduciendo el número de pasajeros y las ventas de aviones. La crisis climática va a suponer conflictos y una guerra comercial con efectos sobre los hábitos y el trabajo de las personas a causa de su potencial para alterar el crecimiento habido hasta ahora y que siempre hemos dado como una especie de ley que ahora se demuestra fallida.

Sin poder volar (sin turistas) es ilusorio hablar de turismo sostenible. Es el duro precio a pagar para evitar que en escasas décadas nuestros nietos mueran precozmente de hipertermia. No maten al mensajero