Mientras el presidente del Gobierno se bate el cobre en Bruselas defendiendo con fuerza nuestros intereses en política Agrícola y de Cohesión, nuestra imagen internacional está sufriendo por culpa de la errática política que seguimos en Venezuela y que no solo afecta a nuestras relaciones con ese país, que también, sino a la imagen de España como un país poco ?able que cambia de opinión de forma sorpresiva y sin dar explicaciones. Y eso es muy malo.

España ha reconocido a Juan Guaidó como "Presidente Encargado" de Venezuela y al hacerlo ha arrastrado tras de sí a la mayoría de los socios europeos, que siempre miran hacia nosotros en cuestiones que tocan a América Latina por la sencilla razón de que la entendemos y conocemos mejor porque le dedicamos mucho más tiempo que ellos. Por razones históricas y culturales, sin duda, pero también por nuestras inversiones y nuestro comercio con el subcontinente que por algo habla nuestro idioma en buena parte de su geografía. Y ahora resulta que Guaidó viene a Europa y le reciben Johnson, Merkel y Macron y nuestro presidente decide delegar el encuentro en la ministra de Asuntos Exteriores, una persona muy respetable y competente pero que al ser ella quien le recibe envía al mundo una señal inequívoca de falta de interés. Se puede decir que la situación en Venezuela ha cambiado y eso exige ajustes que pueden ser necesarios pero que hay que tomarse la molestia de explicar dentro y fuera de España antes de actuar. Porque ahora nuestros colegas europeos no se aclaran. ¿De modo que éstos nos llevan a reconocer a Juan Guaidó y ahora no le quieren recibir en Madrid? Y aún es peor cuando el mismo presidente del gobierno en un debate en el Congreso de los Diputados, lugar teóricamente solemne donde los haya, dice como quien no quiere la cosa que Guaidó es "el jefe de la oposición", cargo sin duda importante pero muy diferente del de "presidente encargado", aunque luego la ministra tratara de "arreglarlo" diciendo que Guaidó es las dos cosas al mismo tiempo. De verdad, esto no es serio.

Igual que tampoco es serio el esperpento (Valle Ynclán hubiera disfrutado) que se ha montado en torno a la visita de la señora Delcy Rodríguez, vicepresidente de Venezuela y cuya falta de respeto por la democracia y los derechos humanos ha logrado que la Unión Europea le prohiba venir a Europa. Por indeseable. Y resulta que no solo sobrevuela nuestro espacio aéreo sino que aterriza en España (los aeropuertos y el espacio aéreo son territorio nacional según una auto del Tribunal Constitucional de 6 de marzo de 1996) y además es recibida por un ministro del gobierno de España que intenta ocultarlo y que luego ha balbuceado varias versiones distintas de lo ocurrido. A medida que más se sabe del tránsito de la señora Rodríguez por Barajas, más se enreda el asunto, con la oposición tratando de desgastar al gobierno y éste cerrando ?las en torno al ministro transgresor de la normativa comunitaria porque, según el propio presidente, evitó una "crisis diplomática" que nadie hasta ahora se ha dignado explicar en qué hubiera consistido. Y mientras, en Caracas, Maduro y los suyos no paran de reírse ante las cámaras de televisión. El maestro Talleyrand hubiera dicho que "es peor que un crimen, es un error".

La política exterior no debe ser de partido ni ?uctuante sino de Estado y permanente, igual que son permanentes los intereses de España. Y si cambian, se explican los cambios en el Congreso y en las instancias europeas para que todos entiendan el por qué de la modi?cación, que puede estar muy justi?cada.

Hemos estado un par de años sin gobierno, con problemas internos acuciantes que han llevado a prestar muy poca atención a la política exterior y eso nos ha llevado a perder peso en Europa y en el mundo, donde la voz de España debería oírse con más fuerza. España tuvo política exterior con González y con Aznar (muy diferentes una de otra) porque ambos tenían una visión de España en el mundo y la perseguían con coherencia. Luego llegaron la crisis económica y el señor Rodríguez Zapatero y se acabó la política exterior, sin que la situación mejorara con el señor Rajoy. Y es en este contexto que se produce la revolución del Brexit y la necesidad de refundar Europa en torno a lo único que hay, un renqueante eje franco-alemán, lo que supone una gran oportunidad para que España recupere peso en Europa. No se trata de reemplazar al Reino Unido, porque no podemos: no somos potencia nuclear ni tenemos asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU con derecho de veto. Tampoco tenemos un centro ?nanciero como la City londinense, o un ejército como el británico, y nuestro PIB es la mitad del Reino Unido. Pero no es menos cierto que España es ahora la cuarta economía de la Eurozona, tenemos mucho qué decir, los socios esperan nuestra aportación y si no la hacemos Europa seguirá adelante sin tener en cuenta nuestros intereses y saldremos perdiendo. Esa es la oportunidad y ese es el riesgo.

La nueva ministra de Exteriores llega precedida de muy buena fama y sin duda tiene las mejores intenciones, pero se lo están poniendo difícil porque no se puede hacer política exterior sin ideas claras y sin una retaguardia institucional sólida, y menos aún si hacemos cosas como estas de Venezuela que dañan la credibilidad del gobierno al que representa.

* Embajador de España