Es necesario hacer fiesta. Por supuesto. Romper el ritmo ordinario de la vida y descubrir motivos para alegrarnos y retomar la existencia con novedad. Puede ser que la fiesta no tenga otro motivo que la misma fiesta, como ocurre en Carnaval. Aquella bacanal previa al inicio del tiempo de penitencia y ayuno que es la Cuaresma se mantiene en el tiempo aunque ya quienes la celebren no pretendan realizar ayuno alguno durante la Cuaresma. Para la inmensa mayoría ya el Carnaval no es "el último día" para comer "carne", pero siento que al menos desde aquí no viene mal recordarlo. Es una fiesta pagana del exceso, frente a la que otros han sembrado la posibilidad de hacer fiesta privándose de cosas, sabedores de que la alegría tiene otro origen más adentro que donde entre un mero narcótico o estimulante.

En estos día me han preguntado si el Carnaval es malo. No sé si porque piensan que los curas tene-mos prohibida la alegría como espacio vital y somos enemigos de todo lo que alegra el corazón humano. Hay excesos que son malos, y de ellos nos previenen hasta los servicios sanitarios. Pero disfrutar de la música y del baile, de las creativas letras de las murgas, del ritmo de las rondallas, de los colores y fantasías de las candidatas a reinas, del carnaval de calle con las familias disfrazadas... ¿cómo va a ser malo? La fiesta es parte de la condición humana.

Pero como en todo, no siempre usamos la ocasión de fiesta para desarrollarnos como personas. A veces abusamos y perdemos la dignidad de lo que somos. Esa cara oscura del carnaval, esa torcida realidad que denigra haciendo perder la libertad y la voluntad convirtiendo la oscuridad en sexo fácil y alcohol barato, tiene para mi otra valoración. Esconde los pliegues de la sociedad justificándola y promoviendo todo lo que acaba en cansancio y frustración.

Disfrutar de la fiesta, del gozo del encuentro y la picaresca. Pero sin permitir que el exceso rompa la alegría que pretendemos compartir. Si no estás ya contento y alegre, no vayas al carnaval a buscar esa alegría. Al carnaval, de la misma manera que se va disfrazado, se debe ir contento. Se comparte la alegría. Si lo que se pretende es asustar la tristeza que llevamos dentro, se suele volver con la misma experiencia amarga que se llevó en el paladar.

Tal vez nos ayude aquella letra infantil de un poema anónimo de Carnaval cuando dice: "En una selva lejana / pronto será carnaval: / los animales preparan / las caretas y el disfraz. / Doña Cebra, de lunares / un pijama se pondrá; / y el león, muy presumido, / su melena rizará."

O aquella otra que dice: "Si pinto mi cara / con muchos colores / y adorno mi traje / con cintas y flores. / Si canto canciones / y llevo antifaz / ríete conmigo / porque es ¡CARNAVAL!"

Sin excesos, compartimos la alegría...

*Delegado de Cáritas Diocesana de Tenerife