Cataluña puede convertirse en la nueva Finlandia, ha afirmado en una entrevista concedida al periódico Ara el profesor de la Universidad de Columbia Arthur Levine. Por Finlandia entiende su mito educativo: el de una nación homogénea desprovista de fracaso escolar y antiguo modelo ejemplar de los informes PISA. Digo antiguo, porque hace ya tiempo que la curva de los resultados académicos finlandeses desciende gradualmente año tras año. Levine, sin embargo, compra el pack completo de la transformación educativa, hasta el punto de considerar que el modelo finlandés -el mejor que conoce, asegura- debe ser ya superado. "Mire -sostiene el profesor neoyorquino-, no conozco ningún país que haya evolucionado en lo que concierne a su visión de futuro como lo ha hecho Cataluña con su programa Escola Nova 21". Ojalá fuera tan fácil, no sólo porque los siglos se abrevian con la educación -según la famosa cita del escultor Jorge Oteiza-, sino porque, nos guste o no, el lastre de los siglos sigue pesando sobre el tono cultural de nuestro país.

A estas alturas, ya se sabe con bastante precisión que el éxito finlandés en el pasado tuvo que ver más con la ausencia de reformas que con las revoluciones pedagógicas. Maestros bien formados, horas y horas de lectura, atención temprana a las dificultades de aprendizaje y altos niveles de exigencia hicieron el resto. No el mito infantiloide de las inteligencias múltiples o el fanatismo solipsista de la educación por ambientes. Indudablemente, la clave de cualquier programa educativo exitoso radica en la lenta y gradual acumulación de conocimientos por parte del alumno, lo cual tampoco tiene que ver con los currículos demasiado amplios -uno de los males crónicos de España- ni con la simple memorización. Según ha explicado repetidamente el psicólogo cognitivo Daniel T. Willingham, la amplitud de la comprensión lectora -cuando se ha alcanzado cierto nivel de habilidad física- exige un vocabulario cada vez más rico que se adquiere sólo a través de una cultura amplia. La memoria resulta fundamental en este proceso, al igual que no puede haber pensamiento crítico ni creatividad sin acudir a ese saber consolidado por el alumno. Como es lógico, no se trata de comprender o memorizar, sino de comprender y memorizar - sumar en lugar de excluir.

Las reformas pedagógicas puestas en marcha en Finlandia a principios de siglo iniciaron el declive de su modelo educativo, en contra de lo que pregonan sus propagandistas. El ejemplo del país báltico, como observa el profesor británico Greg Ashman, sirve más bien para descubrir lo que no funciona que para lo contrario. Sospecho que tiene razón, entre otros motivos porque los datos así parecen confirmarlo. Y siempre cabe preguntarse qué parte del mito finlandés cabe atribuir a cuestiones ideológicas y qué parte a las evidencias. Insisto: no creo que nadie disponga de una varita mágica que solucione, de una década para otra, males tan arraigados como los nuestros.

Por supuesto, el tiempo juzgará el acierto de Escola Nova 21 y de otros programas similares. Ojalá fructifiquen y enriquezcan el capital humano de un continente empeñado en dar la espalda a su pasado y en no mirar de cara al presente. Cada generación persigue a sus dioses y nuestro tiempo ha decidido sustituir la educación republicana por una pedagogía emocional y holística. "Cómo las buenas intenciones y las malas ideas están condenando a una generación al fracaso", ha subtitulado el profesor Jonathan Haidt su reciente libro La transformación de la mente moderna. Me temo que algo de esto hay.