"Me ha dicho un amigo, que sabe mucho, que se ha enterado que hay una empresa que va a controlar una red de satélites de baja órbita en todo el globo que ¡le va a permitir ofrecer cobertura de telefonía e internet en cualquier punto del mundo! ¡Imagínate!, solucionar de un plumazo uno de los mayores problemas de la telefonía o el acceso a internet: poder acceder tanto desde el centro de una gran ciudad como del centro del desierto más remoto del mundo.

¡Esto va a ser la Microsoft de la telefonía! Yo que tú, compraría€"

Suena genial, ¿verdad? En mi desempeño profesional es muy habitual enfrentarme a situaciones similares. He de reconocer que este tipo de amigos abunda. Tal vez sea porque suelen portar buenas noticias -sin duda la posibilidad de enriquecerse rápidamente lo es-, tal vez por el ansia creciente de encontrar a un gurú que nos indique el buen camino, el camino a la riqueza fácil, -un camino que nadie parece conocer excepto él-, o tal vez sea porque tenemos claramente equivocadas nuestras fuentes de información.

Una encuesta reciente sobre las "actitudes del inversor europeo" realizada por una entidad financiera de primer nivel ponía cifras a la situación antes descrita. Prácticamente, seis de cada diez inversores españoles tenían un conocimiento pobre o muy pobre sobre las inversiones que mantenían, frente a cuatro de cada diez que mostraba la media de inversores europeos. Incluso, uno de cada tres inversores reconocía no tener los conocimientos adecuados ni la información completa para valorar la propuesta de inversión.

Siempre me ha llamado la atención un hecho que también pone de manifiesto la encuesta. En nuestro país, tiene más importancia la recomendación efectuada por un amigo o por la familia que la realizada por un Asesor Financiero profesional, algo que no ocurre en nuestro entorno.

Imaginemos que voy al traumatólogo porque tengo un horroroso dolor de espalda. El médico especialista, tras realizar la correspondiente exploración y pruebas pertinentes, realiza su diagnóstico. En base a él establece un tratamiento que me permita superar ese molesto dolor, y además, va a ir comprobando que el tratamiento es el idóneo para mi dolencia y que evoluciono adecuadamente.

Ahora imaginemos que le digo algo parecido a: "doctor, usted me ha recomendado este o aquel ejercicio y recetado este o aquel analgésico, pero verá, me ha dicho un amigo -que sabe mucho de medicina- que estas pastillas van genial para el dolor de espalda€"

Retomemos a nuestro amigo que sabe mucho del comienzo, y que obviamente, no se juega nada en su profesión de presunto gurú. El ejemplo es real. La empresa salió a bolsa en 1997 a 20$ por acción, llegando a 70$ un año más tarde. La ingente inversión para desplegar tal oferta de cobertura, unida a que cada teléfono costaba 3.000$ le impidieron cumplir sus planes de negocio. A mediados de 1999, la empresa suspende pagos y su cotización baja hasta los 0,10$ por acción, una pérdida del 99,86%.

Dejemos pues que los verdaderos especialistas hagan su trabajo, también en el complejo y difícil mundo financiero actual.

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