El sector más conservador de Ciudadanos califica como 'pomelos' a los militantes disidentes que quieren mayor descentralización del partido, y que hoy capitanea el vicepresidente de Castilla y León, Francisco Igea. El nombre procede de cuando los díscolos eran los socialdemócratas -naranjas por fuera, rojos por dentro- pero la cuestión ideológica tras la que hoy se justifican los conflictos tiene poco que ver con la bronca interna que sacude el partido en todas las latitudes. Lo que de verdad está en juego es cómo administrar los restos del naufragio provocado por la hecatombe sufrida por el partido en las elecciones de noviembre, sólo comparable al batacazo que llevó a UCD a su desaparición después de 1982. De hecho, lo que está ocurriendo hoy en Ciudadanos se parece muy mucho a lo sucedido entonces en UCD. Tras la drástica reducción de puestos y canonjías entre los dirigentes principales, la pelea por controlar el partido se ha vuelto un ejercicio de salvaje canibalismo.

Con Rivera en la Presidencia, se cometió el pecado original que llevó Ciudadanos al desastre: Rivera se dejó convencer por los asesores y chamanes que le adulaban presentándolo como el César único e inminente de las derechas españolas, y bloqueó cualquier posibilidad de acuerdo con el PSOE. Es cierto que la responsabilidad de Rivera en la radicalización creciente de la política española es compartida por Pedro Sánchez, pero a Sánchez la jugada le ha servido para mantenerse en Moncloa, y a Rivera le sacó del juego. En un partido tan cerrilmente presidencialista como Ciudadanos, la suma de dos factores tan importantes como la derrota y la retirada del jefe han abierto un proceso de descomposición y peleas que apunta a la destrucción de lo poco que queda del partido.

Es verdad que Francisco Igea aún no ha anunciado si competirá con Arrimadas por el liderazgo de Ciudadanos, pero como portavoz oficioso de la corriente crítica ya ha elevado el tono, rechazando la coalición con el PP que se propone Arrimadas, que defiende ir con los de Casado en las tres comunidades autónomas que celebran elecciones en 2020: Cataluña, País Vasco y Galicia. Igea quiere que esa decisión no se hurte a la militancia y se debata en el congreso del 14 y 15 de marzo. Los críticos tienen el Congreso perdido -la gestora de Arrimadas se ha encargado de liquidar a la mayoría de los compromisarios 'pomelos'-, pero perdiendo el Congreso podrían ganar las primarias, o al menos desgastar a Arrimadas. Frente a eso, la sucesora de Rivera ha amenazado con dimitir si no se le da todo el poder, si los críticos imponen mecanismos de descentralización, que ella define como 'baronías', y además ha sacado su perfil más agresivo, desatando una auténtica caza de brujas contra los 'pomelos', a los que se está exterminando allí donde asoman la cabeza.

Curiosamente, en Canarias las cosas están ocurriendo de forma muy distinta: Melisa Rodríguez ha logrado que Madrid perdone a los que desobedecieron al partido pactando con el PSOE y Podemos. Ha sido fácil: a fin de cuentas no son 'pomelos', son gente próxima a Melisa y a su primer mentor en el partido, Juan Amigó, el hombre que la fichó para servir a Rivera. Son gente que confió en la promesa de Melisa de que Madrid les recuperaría tras desalojar a Coalición, como ha acabado por ocurrir. Melisa cuenta con ellos para medrar sobre los restos de un partido en desbandada, y está haciendo limpia en Canarias de los que no están con ella, que son la mitad de los cuatro gatos que quedan. El problema se presentará si algún día toca hacer listas conjuntas con el PP en Canarias, pero antes de eso es muy posible que Ciudadanos, Arrimadas y Melisa no sean ya mucho más que el recuerdo de otra oportunidad perdida para moderar la política española.