Eurípides decía algo así como que el poder de comunicar y contar buenas historias se consigue transportando a alguien a cualquier lugar a través de una retórica refinada. Pero traducir buenas historias no es una tarea fácil. No basta solo con buenos personajes y un contexto casi cinematográfico, todo depende de cómo se cuente. Lo único que me pidió Juan fue que no nombrara el barrio de Tenerife al que pertenecía. Sí, porque en los barrios no solo se vive, se establece un sentimiento de pertenencia. Le pregunté la razón de su temor y me contestó con un juego de metáforas propias de quien vive en una hipérbole continua: "Por respeto, siempre nos tenemos que estar justificando al hacer algo que pueda beneficiar a los demás; no quiero reconocimientos por simples actos de justicia y, menos, con vecinos que ya tienen suficiente con sortear los problemas económicos", explicaba. Tenía una lista donde apuntaba el nombre y el remiendo de los zapatos de cada persona que requería su maña. Con el primer apellido bastaba, porque al fin y al cabo en el barrio todos se conocían. Lo llamaban Juan el zapatero, el tejedor de las buenas obras, el artesano de las causas justas. El rito era tan cotidiano como curioso, porque se trataba de clientes pobres que dejaban sus zapatos, de hombre, de mujer o de niños, acompañados de un sobrito con algunas pesetas por aquello de la voluntad. Para combatir el pudor y la vergüenza de sus parroquianos, jamás les atendía cara a cara, siempre cumplía con el rito de abrir la puerta cuando ya se iban. Juan era un zapatero remendón, que utilizaba con maestrías los clikers, los bridores de hendidos, los hierros de lujar, las estacas, las bisagras y los galgos. Era certero con la manopla, el tirapié y el mandil. En ocasiones era Pedro, su sobrino, el que apuntaba en la lista los arreglos que se requerían: "Coser las suelas para que Martín pueda jugar al fútbol, los zapatos con poco tacón de doña Virina y las lonas de Paco, que el campo no da tregua". Juan sabía que son cinco los modelos de zapatos que todo hombre debería tener en su armario: Oxford negro, oxford semi-brogue, oxford full-brogue, con hebilla y monopetzzo. Sin embargo, el derecho a calzarse era eso, un derecho independientemente de las penurias y los escasos recursos de los habitantes de este barrio entre Tacoronte y Santa Cruz que tanta buena gente crió en sus calles y centros culturales. Cuando Juan murió, en la entrada de su casa los zapatos quedaron huérfanos, y la bondad vacía. Su cariño a los más desfavorecidos y su dedicación al derecho de calzo, como recitaba, quedaron para siempre en la memoria del barrio. Cómo es la dignidad de pura. Los que en su día soltaban sus zapatos rotos y magullados, hoy recopilan los dineros para dedicarle, con permiso del ayuntamiento, un busto a Juan, un homenaje al zapatero, al tejedor de la esperanza.