Lo social nos define como especie. La cooperación es una de las ventajas cruciales en nuestro proceso evolutivo. Durante miles de años, la tribu cuidó de los enfermos o de los que tenían más edad. Así lo muestran los hallazgos arqueológicos. Sin embargo, ahora que la sociedad avanzada dispone de las mayores posibilidades de conexión y comunicación de la historia humana, los ancianos mueren solos y abandonados en sus casas. Una alarmante paradoja. Ante ello, las nuevas formas de convivencia, el uso personalizado de los servicios comunitarios y la adopción de tecnologías de seguimiento en los hogares son la base para afrontar el avance de la soledad no deseada, uno de los males de la civilización actual. Sus posibles causas y el impacto en la salud de las personas que la padecen son objeto de investigación. Científicos sociales analizan qué está cambiando en nuestra forma de relacionarnos y por qué aumentan los casos de mayores que aparecen muertos en el olvido de su domicilio. Un aviso a navegantes sobre lo que empieza a ocurrir se acaba de instalar en pleno centro de Bilbao.

Desde finales de noviembre, se puede ver la escultura de una mujer mayor, sentada en un banco de la calle, sola y pensativa. Es la reproducción exacta de Mercedes, una vecina de 88 años que vive en la ciudad. Esta pieza de realismo radical del artista mexicano Rubén Orozco forma parte del programa social "Invisible soledad" de una caja de ahorros vasca. El problema es que muchos mayores no avisan que viven solos, ni a los servicios sociales ni a las asociaciones más próximas. Y eso no ayuda a tener un registro preciso de personas en esa situación, aunque ya existen iniciativas locales para hacerlo. El Gobierno de Asturias dice que está trabajando en la elaboración de un censo de mayores en soledad como primer paso para definir una estrategia. El dato nacional, según Estadística, es de 4,7 millones de personas que viven solas, de ellas, dos millones superan los 65 años y más de 850.000 están por encima de los 80.

El sentimiento de abandono conlleva riesgos de salud mental y disminuye la autonomía en las necesidades básicas de limpieza, higiene o alimentación. Los estudios señalan que los fallecimientos se producen entre las personas de edad avanzada, aisladas y sin red familiar de apoyo. Aunque también avisan que los más mayores no deberían ser el único objeto de atención ya que los efectos alcanzan a los adolescentes y adultos jóvenes. La tarea principal es hacer visible la soledad no deseada. Para ello, los especialistas urgen a detectar situaciones de aislamiento, valorar el nivel de atención y actuar en consecuencia. Mientras tanto, reforzar los servicios más utilizados hasta ahora como teleasistencia, actividades en centros de día, ayuda a domicilio, teléfonos de atención o mediación comunitaria.

Y al mismo tiempo, desarrollar propuestas de convivencia, relaciones entre generaciones, animales de compañía, asistentes virtuales o sistemas inteligentes para los hogares. La cuestión es que muchos mayores prefieren seguir viviendo en su casa y para que puedan hacerlo de forma independiente las viviendas tendrán que cambiar con la ayuda de modernas tecnologías adaptadas a sus habilidades. La domótica ya ofrece equipos para analizar el movimiento o sensores para registrar constantes vitales, incluso hay programas de realidad virtual para prevenir caídas con ejercicios en formato de videojuego. Se trata sobre todo de tejer nuevos vínculos, fomentar el acompañamiento voluntario y recuperar las relaciones de barrio de toda la vida. En internet surgen proyectos online para unir a mayores que quieran compartir casa, según criterios de cercanía, edad y afinidad. También se crean aplicaciones y grupos en redes sociales para compartir tiempo y aficiones, simplemente tomar un café o ayudar a un vecino. Estas plataformas, que se anuncian como espacios seguros y gratuitos, se extienden por la red desde diferentes países: Nextdoor creada en California, Nebenan en Alemania, Tienes Sal en España o Mi Plaza en Canarias. Quizás sea más sencillo de lo que pueda parecer.

Así lo vive un niño de 10 años de Avilés que escribe en el perfil de Instagram "No me llames soledad", creado para compartir historias con enfoque positivo y usando como imagen las manos de los mayores. Alejandro cuenta que le gusta jugar al parchís con su bisabuela Isabel, de 98 años: "Nos divertimos y nos reímos, es una pena que no quiera jugar al Fortnite (un videojuego de supervivencia). Güelita nunca está sola, tiene mucha familia, cuatro bisnietos y un tataranieto, yo creo que ella vive contenta por eso y a mí me gusta verla así".