Esta noche tuve una pesadilla. Un tipo horrible y sin escrúpulos estaba detrás del virus de Wuhan. Ese tipo se reunía con una élite formada por científicos y políticos en una habitación roja. Allí todos comían sesos de mono, murciélagos, serpientes con espirulina y todo tipo de seres exóticos.

De aquellas paredes rojas colgaban jaulas de animales. En una había un orangután pequeñito con los labios pintados de rojo. Y en otra, más pequeña, veinte colibrís temblaban amontonados.

Aquellos hombres comían, bebían y se resarcían de que su plan había funcionado. Y de que haber empezado con China era un acierto porque los chinos eran metódicos y obedientes y nunca se harían preguntas. Su sentido del deber les haría trabajar sin pausa hasta detener la pandemia.

Ellos cerrarían las fronteras de sus respectivos países, así que el virus sólo afectaría a Asia. Aún no era el momento del fin definitivo. Aquel era sólo un experimento más para llegar a alcanzarlo pronto.

Los centros comerciales y edificios se transformaban en trampas mortales. La gente tirada en el suelo. Las tiendas llenas de cosas nuevas pero vacías de personal. Y por los pasillos muertos y más muertos. Todos con mascarilla. Unos niños llevaban unas garrafas de agua. También yacían estirados en el suelo. Aún no estaban muertos del todo.

Sólo los más valientes se atrevían a ir al aeropuerto y lo hacían a pie porque los taxistas habían declarado huelga indefinida y para deleite de las turistas hacían nudismo en la Barceloneta con sus matrículas tapándoles los cataplines.

Un niño africano con una gran cicatriz en el cráneo moría en un avión.

Él no quería volar en avión. Era demasiado pronto para salir de la cama pero le obligaron porque todos tenían prisa. Y los niños tienen que obedecer a los adultos aunque estos sean unos descerebrados. Y como él era un buen niño hizo todo lo que le dijeron. Aún así, hubiera preferido jugar un poco más en aquel hospital donde parecían quererle. Pero subió a aquel artefacto y de pronto la cabeza le estalló literalmente.

Y de pronto empezó a verlo todo desde arriba. Sus padres y sus hermanos parecían asustados. Él, en cambio, ya estaba tranquilo.

Los hombres de la habitación roja toqueteaban a hermosas jóvenes de pechos operados y luego les regalaban enormes fajos de billetes. Ellas se los metían en el bikini mientras movían el culo en círculos infinitos.

Me desperté alterada y sudorosa. Me calcé las zapatillas de mi hijo pequeño para no coger frío y me fui a la cocina a buscar un poco de agua. Aquellas imágenes me atormentaban y sólo deseaba que se hiciera de día cuanto antes para poder olvidar mi pesadilla.